Militares en las calles, venganza política y un ataque frontal a la independencia de la Reserva Federal dibujan el retrato de un presidente dispuesto a borrar los límites democráticos.
TROPAS EN LAS CALLES Y UNA CAPITAL BAJO CONTROL FEDERAL
Donald Trump defendía ayer ante la prensa que no es un dictador, solo “una persona con mucho sentido común”. Pero mientras pronunciaba esas palabras, soldados de la Guardia Nacional desfilaban por Washington como si se tratase de una capital ocupada. En apenas siete meses de mandato, el republicano ha convertido el poder ejecutivo en un laboratorio de autoritarismo.
No se trata de un episodio aislado. En lo que va de agosto —mes en el que el Congreso está de vacaciones y la atención pública se relaja— Trump ha acumulado movimientos que erosionan pilares básicos del sistema estadounidense. Ha despedido a la directora de la Oficina de Estadísticas Laborales porque los datos oficiales contradecían su propaganda. Ha tomado el control de la policía de Washington bajo el pretexto de una “emergencia nacional”, pese a que los delitos violentos llevaban dos años en descenso. Y ha ordenado al Pentágono entrenar tropas para sofocar disturbios civiles, militarizando funciones que corresponden a cuerpos civiles.
Trump presume de resultados inmediatos, sobre todo en su política migratoria. Habla de deportaciones sumarias como un triunfo, aunque se trate de enviar a personas a países donde los derechos humanos se violan sistemáticamente. El caso de Kilmar Abrego García, deportado por error a El Salvador y detenido de nuevo para servir de trofeo propagandístico, muestra la brutalidad de la maquinaria que el presidente llama sentido común.
Quienes se oponen denuncian lo obvio: “Es ilegal, es inconstitucional, es antiestadounidense”, dijo el gobernador de Illinois, J. B. Pritzker. Sus críticas han sido respondidas con burlas personales sobre su físico, ejemplo de la degradación política impulsada desde la Casa Blanca.
Mientras tanto, el FBI irrumpe en la vivienda de John Bolton, antiguo consejero de Seguridad Nacional, o abre investigaciones contra Jack Smith, el fiscal que se atrevió a investigarle en 2020. La venganza se ha convertido en política de Estado. Y los enemigos de Trump saben que el precio de criticarle puede ser una visita policial al amanecer.
LA RESERVA FEDERAL Y EL ASALTO A LA ECONOMÍA
El autoritarismo no se limita a la seguridad o a la migración. En el terreno económico Trump ha llevado el intervencionismo a niveles inéditos en décadas. Empresas como Intel han cedido un 10% de su control al Gobierno tras ataques públicos en la red social Truth. Apple se ha visto forzada a anunciar inversiones de 100.000 millones de dólares en EE.UU. mientras su consejero delegado entregaba un disco de oro puro al presidente en el Despacho Oval.
El proyecto va más allá: Kevin Hasset, asesor económico de la Casa Blanca, reconoce que esas participaciones servirán para crear un fondo soberano manejado por Trump. En paralelo, la Administración ha impuesto que los fabricantes de semiconductores entreguen el 15% de sus ingresos por exportaciones a cambio de seguir vendiendo a China.
El golpe más duro se dirige contra la independencia del banco central. Trump intenta destituir a Lisa Cook, gobernadora de la Reserva Federal nombrada por Joe Biden cuyo mandato expira en 2038. La acusación: irregularidades en una hipoteca de hace años. La realidad: un ataque directo a la autonomía de la institución que regula el sistema financiero mundial. Cook se ha negado a dimitir y prepara una batalla judicial que definirá si todavía existe algún límite al poder presidencial.
El Congreso, bajo control republicano, calla. Los tribunales son la única barrera. Pero el Tribunal Supremo, con seis jueces conservadores de nueve, ya ha mostrado su inclinación a respaldar al presidente. Trump lo sabe, y por eso aprieta el acelerador. Ha convertido el miedo en método de gobierno y la sumisión en moneda de cambio.
Washington tiene asfalto nuevo, medallas de oro sobre la mesa y soldados en las avenidas. La democracia, en cambio, está en ruinas.
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