Su figura ya no inspira, contamina. Y en Europa, donde los consumidores empiezan a priorizar derechos humanos, transición justa y coherencia ecológica, eso se paga.
Lo logró. Elon Musk ha hecho lo que ni los lobbies del petróleo, ni los negacionistas climáticos, ni la extrema derecha europea pudieron: convertir Tesla en una empresa que da pereza. En una marca que cae. En un símbolo de algo que fue.
Cinco meses lleva en caída libre en Europa. Cinco. Mientras las ventas de coches eléctricos se disparan en el continente y las marcas chinas duplican su cuota, Tesla retrocede un 28% solo en mayo. No porque el mercado eléctrico se haya agotado —todo lo contrario, crece con fuerza—, sino porque el mito ha envejecido y el mago se ha quedado sin trucos.
El problema no son las baterías, es el ego
Tesla no vende menos porque los eléctricos ya no interesen. Vende menos porque la gente se ha cansado de Musk. De su delirio de grandeza, de su apoyo a ultraderechistas, de su foto con el brazo alzado junto a Trump, de su papelón apoyando el bombardeo de Irán como si jugase al Risk desde un yate. Musk se ha convertido en una figura tóxica, y la toxicidad, como los gases contaminantes, también se filtra en la marca.
Además, lleva años vendiendo básicamente el mismo coche con otra carcasa. Tesla no innova, repite. No emociona, aburre. Y lo peor: mientras él juega a emperador interplanetario, los chinos le pisan los talones. Y lo hacen con coches mejores, más baratos, más eficientes y más adaptados al gusto europeo.
China acelera, Europa responde y Tesla bosteza
BYD, MG, Jaecoo, Omoda… son las nuevas estrellas del automóvil. Su crecimiento no es anecdótico, es estructural. BYD ya roza a Tesla en ventas mensuales y sube un 397%. En España, uno de cada diez coches nuevos ya es chino o se fabrica allí. Mientras tanto, Musk sigue tuiteando sandeces y jugando a dictador digital.
Y no, el Model Y no basta. Aunque sea el más vendido, ya no salva nada: la marca ha caído al quinto puesto entre las eléctricas, superada por Audi, BMW, Skoda y Volkswagen. Tesla se ha convertido en lo que nunca quiso ser: una empresa del montón, sin alma, sin liderazgo, sin futuro.
¿La caída de Tesla o el principio del fin de Musk?
El mito de Musk se tambalea. Su alianza con la extrema derecha, su deriva mesiánica, su obsesión por controlar discursos y destruir sindicatos han dejado de ser chistes de sobremesa y se están convirtiendo en un problema real para sus accionistas. Su figura ya no inspira, contamina. Y en Europa, donde los consumidores empiezan a priorizar derechos humanos, transición justa y coherencia ecológica, eso se paga.
El capitalismo no tiene dioses eternos. Elon Musk fue uno. Hoy empieza a parecerse más a Ícaro: voló demasiado alto con alas de humo. Y Europa, por fin, ha dejado de mirarlo con devoción.
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