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La idea de que la dirección de empresas es filosofía en acción ha dado mucho que pensar a los expertos en gestión empresarial. Sin embargo, todavía no es una tarea fácil encontrar referencias convincentes acerca de cómo integrar pensamiento y acción, principios y desempeño, en el ámbito empresarial.
Muchos piensan que hay cierta contradicción entre el pragmatismo y oportunismo empresarial y el comportamiento ético.
Lecciones de gestión
La historia de la filosofía proporciona buenos manuales sobre el pensamiento práctico, escritos con el propósito de servir como libros de consulta, colecciones de consejos o pensamientos aplicables al quehacer cotidiano, especialmente para el ejercicio del liderazgo.
En algunos casos, son compendios de tácticas y operativas, desprovistas de cualquier componente moral, pero esta ausencia de valores es también una forma de filosofía, aunque mal vista por la mayoría. En otros casos, los valores, los principios y la intención constructiva son evidentes.
Algunos de los libros más populares de este género son: las Meditaciones del emperador romano Marco Aurelio, el Breviario del político del cardenal Mazarino, y las Máximas de François de La Rouchefoucauld.
Gracián entra en escena
Ahora, permítanme presentarles a Baltasar Gracián, clérigo y pensador español del siglo XVII que, aunque no alcanzó la misma fama que sus colegas filósofos, desempeñó un papel influyente en la Ilustración europea.
Nietzsche lo aclamó como el autor de una de las obras de filosofía práctica más geniales de la historia. Su principal contribución a la estrategia, El arte de la prudencia, comprende 300 máximas, elegantemente elaboradas, que son tan sorprendentemente apropiadas para el funcionamiento de una corporación empresarial global del siglo XXI como lo fueron para la sociedad española de hace más de 300 años.
Si un editor incluyera en el libro referencias a la inteligencia artificial, el blockchain o los bitcoines, los lectores difícilmente notarían que están ante páginas escritas hace varios siglos.
Las recomendaciones de Gracián para combinar el comportamiento ético y el éxito terrenal son realmente instructivas, además de prácticas.
Las astutas observaciones y el enfoque humanista de este capellán, confesor, predicador y administrador académico están muy lejos del cinismo de otros autores clásicos y son mucho más aplicables al tipo de entorno corporativo al que ahora aspiramos.
¿Bien común o interés propio?
La virtud de la escritura de Gracián radica en proporcionar la combinación perfecta de pensamiento y acción en la gestión. Por ejemplo, sus contribuciones podrían dar respuesta al debate provocado por el profesor de estrategia Sumantra Ghoshal que, en un artículo publicado de manera póstuma en 2005, lamentó el énfasis que los profesores de empresa prestan a la teoría del homo oeconomicus como piedra angular de la gestión.
Esta teoría sostiene que los agentes económicos se comportan como maximizadores racionales de su beneficio y actúan tácticamente, tratando de anticiparse a las posibles reacciones de otros agentes económicos a sus decisiones. El bienestar social no entra en esta ecuación.
Este pensamiento es aceptado por los economistas y se encuentra en obras clásicas como El Príncipe, de Nicolás de Maquiavelo, otro manual lleno de consejos prácticos para líderes, que ha encabezado las listas de libros más vendidos durante siglos y que todavía forma parte del plan de estudios de gestión estratégica en algunas escuelas de negocio.
Pero, para muchas personas, este es un modelo perverso (maquiavélico), basado en la idea de que la naturaleza humana es intrínsecamente malvada y que todos antepondrán sistemáticamente sus propios intereses al bien común. Según sus defensores, este modelo perverso se basa en hechos supuestamente indiscutibles, sin analizar si estos hechos son evitables o deseables.
En resumen, es un intento de analizar y describir cómo son las cosas, en lugar de aprobarlas; sin embargo, se puede cuestionar que sea una descripción precisa de la realidad.
Esta crítica parece ser la principal línea de ataque de Ghoshal, en el sentido de que la teoría del homo oeconomicus no deja lugar a otros patrones de comportamiento, como el altruismo.
Gestión empresarial, ¿una ciencia social?
Ghoshal no estuvo de acuerdo con la inclusión de la gestión empresarial como una disciplina académica dentro de las ciencias sociales: “Nuestras teorías e ideas han contribuido a consolidar las prácticas de gestión que ahora todos condenamos tan enérgicamente”. Sostuvo que las ciencias sociales tienen un cierto complejo de inferioridad, lo que llamó “envidia de la física”, porque sus supuestos, modelos y conclusiones no se rigen por paradigmas causales.
El modelo predominante de las ciencias sociales es funcional, un intento de explicar cómo se comportan los individuos. Es más, como él señala, hay un aspecto reduccionista en adaptar el comportamiento humano a paradigmas funcionales. Para él, ninguna teoría científica explica el fenómeno de la complejidad organizada de las empresas, posiblemente porque no son fenómenos naturales observables empíricamente, como los volcanes o los animales, ni siguen ningún patrón predeterminable.
El riesgo de estudiar las empresas con ojos científicos es reducir a los complejos seres humanos a poco más que maximizadores del beneficio.
Las lecciones de Gracián
Dejemos a un lado la pesadilla planteada por Ghoshal e introduzcamos el noble sueño, como lo definen numerosos partidarios de los negocios sostenibles. De acuerdo con este modelo, los políticos y gerentes deben asumir la responsabilidad ética de sus acciones. La idea subyacente es que el deber esencial de los gerentes es crear riqueza pero también preservar el medioambiente, erradicar la pobreza y mejorar la sociedad en general.
No obstante, los políticos, gerentes y educadores empresariales no son ni ángeles ni demonios, sino que tienden a moverse entre el egoísmo y el altruismo.
Baltasar Gracián es un autor que proporciona soluciones para alcanzar ese equilibrio, brindando un enfoque realista del problema. El gran atractivo de su obra es que sus observaciones sobre la naturaleza humana son viables desde todas las perspectivas.
Se instruye al lector, por ejemplo, en que el conocimiento y las intenciones honorables aseguran que el éxito dé sus frutos y que el carácter y la inteligencia son los ejes alrededor de los cuales gira el talento. No es suficiente ser inteligente, también se debe tener el carácter adecuado.
La integridad puntúa muy bien con Gracián, no solo como virtud, sino en términos puramente pragmáticos.
“Trata siempre con gente de palabra”, nos dice. Si solo actúas con personas honradas, entonces las posibilidades de éxito se multiplican, ya que su honor es la mejor garantía de su comportamiento, pues siempre actúan de acuerdo con su carácter.
Todo esto puede sonar como si Gracián estuviera preparando a sus lectores para que fueran presa fácil del primer tiburón corporativo que salga a su encuentro. Pero también se encargó de equipar a sus lectores para el lado más oscuro del mundo de los negocios. Advierte de no ser demasiado paloma y recuerda que se debe usar pero no abusar de la astucia.
Los consejos comerciales atemporales abundan en este volumen, pequeño pero perfectamente formado. Gracián incluso rinde homenaje al trabajo en red. Señala que uno de los dones del héroe es la capacidad de convivir con los héroes: “Esta habilidad es una maravilla de la naturaleza, tanto porque es muy misteriosa como porque es muy beneficiosa”.
También fue un gran defensor de ideas plenamente actuales, como la necesidad de innovar de forma permanente. Como él dice tan elocuentemente, “Renueva tu fama cada día. (…) Si te dedicas con tesón a renovarte, tendrás muchos amaneceres, como el sol”, que suena mucho más agradable que la máxima contemporánea “innovar o morir”.
Comentarios como “tener opiniones originales y fuera de lo común” o “hacer flotar un globo de prueba para ver qué tan bien se recibe algo” no estaría fuera de lugar entre las prácticas de cualquiera de las actuales empresas líderes.
También se aborda la globalización: “Evitad los defectos de vuestro país. Ningún país, ni siquiera el más refinado, ha escapado jamás a algún defecto innato u otro, y los países vecinos aprovechan estas debilidades como defensa o consuelo”.
Gracián comprendió que disipar las percepciones estereotipadas es crucial cuando se trata de desarrollar un perfil profesional y es una habilidad esencial cuando se lideran equipos interculturales.
Los verdaderos visionarios son difíciles de encontrar, pero, cuando aparece un caso, es particularmente alentador descubrir que los principios y la acción pueden estar alineados y que se puede ser optimista sin ser ingenuo. El oráculo de bolsillo de Gracián dice: “La sabiduría tiene una ventaja. Ella es inmortal. Si este no es su siglo, muchos otros lo serán”.
Baltasar Gracián sigue siendo un visionario, un ejemplo de cómo la filosofía puede formar parte del pensamiento empresarial, y que puede tener una inmensa utilidad práctica.
Una versión de este artículo fue publicada originalmente en LinkedIn.
Santiago Iñiguez de Onzoño no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
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