Decir ‘basta’ al genocidio no es antisemitismo. Es dignidad.
ISRAEL COMO INSTITUCIÓN INTOCABLE: EL USO POLÍTICO DEL ANTISEMITISMO
Cuando un Estado acusado de crímenes de guerra pretende blindarse detrás de las víctimas del Holocausto para justificar un asedio sistemático a la población civil, el lenguaje pierde todo sentido. Lo que Israel ha hecho esta semana al acusar a Pedro Sánchez de iniciar una “cruzada antisraelí” por pedir la suspensión del Acuerdo de Asociación con la UE no es solo un acto diplomático de presión: es la confirmación de que el chantaje emocional se ha convertido en doctrina de Estado.
No se acusa de antisemitismo a quienes queman sinagogas, sino a quienes defienden el cumplimiento del derecho internacional. El embajador israelí afirma que España “está en el lado equivocado de la historia” por señalar que Israel viola el artículo 2 del Acuerdo de Asociación, que exige el respeto a los derechos humanos. ¿Desde cuándo exigir que se acate un tratado firmado convierte a un país en enemigo? ¿Desde cuándo condenar el bombardeo sistemático de Gaza implica alinearse con Hamás?
La lógica es perversa y no es nueva. Así actuó el Gobierno de Netanyahu con Lula da Silva cuando comparó la masacre en Gaza con el Holocausto. Así ha tratado de intimidar a Irlanda, Noruega, Colombia o Sudáfrica cuando han osado hablar de genocidio. Lo hacen cada vez que alguien señala que la democracia israelí se está sosteniendo sobre el apartheid, el exterminio y el hambre como arma de guerra.
Pero esta vez la reacción tiene otro cariz. Porque el Gobierno español ha decidido pasar de la retórica al gesto. Y eso, para un régimen que vive de la impunidad internacional, es inaceptable.
EL DOBLE RASERO EUROPEO Y LA INICIATIVA ESPAÑOLA
Sánchez ha dicho lo obvio: que la UE no puede imponer 18 rondas de sanciones a Rusia por Ucrania y mirar hacia otro lado mientras Israel arrasa Gaza. Que si Israel viola el artículo 2 del Acuerdo, debe suspenderse el acuerdo. Que no es creíble hablar de derechos humanos mientras se mantienen relaciones privilegiadas con un Gobierno acusado de limpieza étnica. No es un posicionamiento radical: es aplicar el reglamento.
En Bruselas, la mayoría de los líderes europeos han pedido un alto el fuego y la liberación de rehenes. También han “tomado nota” de que Israel podría estar violando sus compromisos. Es decir, siguen haciendo equilibrismo diplomático para no incomodar al agresor, ni comprometer los contratos armamentísticos, ni alterar los flujos comerciales. Europa condena la violencia con la boca pequeña mientras continúa financiando a quien la perpetra.
Y cuando alguien se sale del guion, aunque sea con un gesto tímido de coherencia jurídica, es tachado de extremista. Porque en el tablero internacional actual, lo realmente radical es defender el derecho internacional.
El Gobierno de España ha sido claro: condena los ataques de Hamás, defiende la liberación de rehenes, exige el acceso humanitario y denuncia la desproporción criminal de Israel. Pero eso no basta para Tel Aviv. Quieren sumisión, no diplomacia. Quieren silencio, no crítica.
De hecho, Israel ha retirado a su embajadora en España, no ha nombrado a un reemplazo y responde ahora con comunicados de tono guerracivilista, acusando al Gobierno de “ponerse del lado equivocado de la historia”. ¿El lado equivocado por pedir el fin de los bombardeos a civiles? ¿Por exigir que se respete el derecho internacional humanitario? ¿Por rechazar que se mate de hambre a una población entera como método de guerra?
No es España la que se está aislando, es Israel la que se aleja de cualquier legalidad compartida. Y lo hace no desde la fragilidad, sino desde la arrogancia del que se sabe impune, del que cuenta con el silencio cómplice de EE.UU., Alemania o la propia Von der Leyen.
LA CRUZADA ES CONTRA LA VERDAD, NO CONTRA ISRAEL
Cada vez que alguien denuncia el apartheid o el asedio a Gaza, Israel responde con las mismas palabras: “es antisemitismo”. Y cada vez que lo hace, vacía ese término de contenido y convierte en víctimas a los verdugos. Equiparar la crítica a un Estado con el odio a un pueblo es una manipulación brutal de la historia. Lo saben las comunidades judías que se manifiestan contra Netanyahu. Lo saben las y los activistas israelíes que denuncian la barbarie. Y lo sabe también buena parte de la opinión pública internacional, que empieza a romper el muro de propaganda.
No es antisemitismo señalar que Israel bombardea hospitales, impide la entrada de ayuda humanitaria o asesina a periodistas. Es antisemitismo utilizar a las víctimas del nazismo para justificar crímenes actuales.
Hoy el Gobierno español no ha iniciado ninguna cruzada. Lo que ha hecho es ejercer un mínimo de decencia diplomática. Y eso, para algunos, es intolerable.
Porque en este mundo enfermo, decir «basta» al genocidio te convierte en sospechoso. Callar, en cambio, te hace aliado.
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