¿Pintar o no pintar?
Esa es la pregunta a la que se enfrentan muchos propietarios cuando sus sueños de un césped perfecto se ven truncados, ya sea por la inflación, que pone fuera de su alcance opciones más caras para el cuidado del césped, o por las sequías, que provocan escasez de agua.
Cada vez son más los que cambian el esparcidor de semillas por el bote de pintura y optan, según un reportaje de The Wall Street Journal, por tonos de verde con nombres como “Fairway” y “Perennial Rye”.
¿De dónde viene este afán por convertir el exterior de la casa en una alfombra verde de adorno?
Hace unos años decidí investigarlo y el resultado fue mi libro American Green: The Obsessive Quest for the Perfect Lawn.
Lo que descubrí fue que el estado del césped se remonta muy atrás en la historia de Estados Unidos. Los expresidentes George Washington y Thomas Jefferson tenían césped, pero no se trataba de zonas verdes perfectas. El ideal de césped perfecto –un monocultivo superverde y sin malas hierbas– es un fenómeno reciente.
El césped no tan perfecto de Levittown
Sus inicios se remontan en gran medida a la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando surgieron urbanizaciones suburbanas como la emblemática Levittown, en Nueva York.
Levittown fue idea de la familia Levitt, que consideraba el paisajismo una forma de “estabilización del barrio”, o una manera de reforzar el valor de la propiedad. Los Levitt, que construyeron 17 000 viviendas entre 1947 y 1951, insistieron en que los propietarios cortaran el césped una vez a la semana entre abril y noviembre, y lo incluyeron en los pactos que acompañaban a las escrituras.
Pero los Levitt llevaron la obsesión por el césped solo hasta cierto punto. “No creo en ser esclavo del césped”, escribió Abraham Levitt. Para él, el trébol era “tan agradable” como la hierba.
Ingeniería de la perfección
Todo esto quiere decir que la búsqueda del césped perfecto no surgió de forma natural. Había que diseñarlo, y una de las empresas más influyentes en este sentido fue Scotts Co. de Marysville, Ohio, que utilizaba productos químicos agrícolas y creaba productos que los propietarios podían esparcir por sus jardines.
Los formuladores como Scotts tenían una gran ventaja: el césped no es autóctono de Norteamérica y cultivarlo en el continente es, en su mayor parte, una ardua batalla ecológica. Así pues, los propietarios necesitaban mucha ayuda en la búsqueda de la perfección.
Pero primero Scotts tuvo que hacer que la idea del césped perfecto se incrustara en el imaginario estadounidense. Scotts supo aprovechar las tendencias de la posguerra en productos de consumo de colores brillantes. Desde los pantalones amarillos a la gelatina azul, los productos de color se convirtieron en símbolos de estatus y en señal de que el consumidor había rechazado el monótono mundo en blanco y negro de la vida urbana por el suburbio moderno y sus colores caleidoscópicos, que incluían, por supuesto, el verde vibrante del césped.
Las tendencias arquitectónicas también contribuyeron a arraigar la estética del césped perfecto. La difuminación del espacio interior y exterior se produjo en la posguerra, cuando los patios y, con el tiempo, las puertas correderas de cristal invitaron a los propietarios a tratar el jardín como una extensión de la sala de estar. Qué mejor manera de conseguir un espacio exterior confortable que cubrir el jardín con una bonita zona verde.
En 1948, el césped perfecto dio un paso de gigante cuando Scotts Co. empezó a vender su producto para el cuidado del césped “Weed and Feed”, que permitía a los propietarios eliminar las malas hierbas y fertilizar simultáneamente.
Este producto fue probablemente una de las peores cosas que le han ocurrido, ecológicamente hablando, al jardín americano. Ahora, los propietarios de viviendas esparcían el herbicida tóxico 2,4-D –que desde entonces ha sido relacionado con cáncer, daños reproductivos y alteraciones neurológicas– en sus céspedes como algo natural, tanto si tenían problemas con las malas hierbas como si no.
Los herbicidas selectivos como el 2,4-D mataban las “malas hierbas” de hoja ancha, como el trébol, y dejaban la hierba intacta. El trébol y el pasto azul, una especie de césped deseable, evolucionaron juntos, ya que el primero capturaba el nitrógeno del aire y lo añadía al suelo como fertilizante. Al eliminarlo, los propietarios tenían que volver a la tienda a por más fertilizante artificial para compensar el déficit.
Era una mala noticia para los propietarios, pero un buen modelo de negocio para las empresas que vendían productos para el cuidado del césped que, por un lado, perjudicaban a los propietarios matando el trébol y, por otro, les vendían más insumos químicos para recrear lo que podría haber ocurrido de forma natural.
El césped “perfecto” había alcanzado la mayoría de edad.
El significado de pintar el césped
A principios de la década de 1960, los propietarios de viviendas ya buscaban formas de conseguir un césped perfecto de forma barata.
Un artículo publicado en 1964 en Newsweek señalaba que en 35 estados se vendía pintura verde para césped. La revista opinaba que, dado que un propietario “necesita una licenciatura en Química para comprender la desconcertante variedad de desbrozadores y desinsectadores que pululan ahora por el mercado”, la pintura se estaba convirtiendo en una alternativa atractiva.
Así que el interés por pintar el césped no es del todo nuevo.
Edwin Remsberg/The Image Bank via Getty Images
La novedad, sin embargo, es que el fenómeno reciente se produce en un contexto en el que ha arraigado una visión más plural del jardín.
La gente, harta del cuidado del césped dominado por las empresas, está dando marcha atrás en el tiempo y cultivando sus patios con trébol, una planta resistente a la sequía que, además, aporta nutrientes. Y así, el césped de trébol ha resurgido, con vídeos en TikTok con la etiqueta #cloverlawn con 78 millones de visitas.
El regreso de la pintura sobre hierba y el resurgimiento del interés por el trébol sugieren que el césped perfecto, que consume muchos recursos, es una presunción ecológica que el país quizá ya no pueda permitirse.
Ted Steinberg no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
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