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Mire cómo es, mire cómo somos, mire cómo nos retrata el cine, mire cómo nos representa Mario Moreno “Cantinflas”.
La industria de cine mexicano estaba en pañales cuando debutó Cantinflas en el cine, en No te engañes corazón (1936) de Miguel Contreras Torres. A este le siguieron varios pequeños papeles en otras tantas películas de la segunda mitad de la década de los 30. Consiguió la atención del público y los productores de cine gracias a su característica apariencia: bigotito en la comisura de labio superior, pantalones a punto de caer, un cigarrillo en la mano y paliacate en el cuello.
Sin embargo lo que más llamaba la atención era su lenguaje, el famoso “cantinflear”, una incontrolable verborrea que, dice la leyenda, tomó de los discursos de políticos demagogos, largos y llenos de falsos datos y promesas vacías. Así confundía, desesperaba, causaba gracia y caos y finalmente lograba, increíblemente, que su razonamiento adquiriese sentido.
Cantinflas surgió y fue descubierto como comediante en un fenómeno ya desaparecido en México y en boga a finales del siglo XIX y principios del XX: el circuito de carpas. Estos espectáculos itinerantes recorrían todo el territorio nacional presentando a cantantes, comediantes y actores.
Aunque, paradójicamente, la llegada del cinematógrafo contribuyó a su paulatina desaparición, para entonces Cantinflas ya tenía ensayado el personaje que le daría fama internacional.
No es “pelado” sino “peladito”
Debemos dividir la carrera de Cantinflas en dos etapas, comenzando por el periodo del “peladito”.
Según la jerga mexicana, un “pelado” es una “persona de las capas sociales menos pudientes y de inferior cultura, grosero, mal hablado”. En sus primeras películas, Cantinflas representó a este personaje y, a pesar de que encarnaba los principales estereotipos del mexicano común, la audiencia nacional le encontró simpático. Ese afecto se demuestra precisamente en el diminutivo que se usó para definirlo: no era “pelado”, sino “peladito”.
Era transa, estafador, cínico y lascivo y reflejaba conductas características de los mexicanos. Tal vez por eso fue querido, porque no hay nada más satisfactorio que reconocerse con todos los defectos y reírse de ellos. Además, al emular y ridiculizar a los políticos que gobernaban en aquel momento, Cantinflas les señalaba como responsables de la precaria situación económica que se vivía en México en tiempos previos a la Segunda Guerra Mundial, a la vez que ponía en evidencia las ilegalidades de la clase política, el nepotismo y el cinismo con que se llevaban acabo dichas prácticas.
En aquellos momentos, una película había cimentado la industria de cine en México: Allá en el Rancho Grande (1936) de Fernando de Fuentes. El filme, que consiguió un éxito sin precedente en el país, creó una serie de situaciones y personajes que se repetirían como fórmula de éxito en el cine patrio hasta la década de los 70: lo que hoy se conoce como comedia ranchera.
Eran películas que mostraban una vida provincial idílica, con localizaciones que servían como excusa para exponer costumbres folclóricas mexicanas. Los argumentos eran sencillos y se aprovechaban para mostrar imágenes alegres y progresistas del país.
A este genero perteneció una de las principales películas de la primera etapa de la carrera de Cantinflas: Así es mi tierra (1937), del director ruso afincado en México Arcady Boytler, con quien Cantinflas trabajaría en más de una ocasión.
El papel del actor era secundario y sus únicas intervenciones funcionaban como contrapuntos cómicos para el drama serio de la película. Sin embargo, el publico comenzó a identificarlo y los productores poco a poco le dieron personajes protagonistas. Así llegaría la que quizá sea su mejor película del periodo: Ahí está el detalle (1940) de Juan Bustillo Oro.
El perro y el gángster
En Ahí está el detalle Cantinflas se interpreta con su mismo nombre. Actor y personaje ya eran sinónimos para la audiencia. En ese filme se transforma en el novio de la trabajadora doméstica en la casa de una pareja de millonarios. Cantinflas dice amar a su novia Pacita (Dolores Camarillo). Ella, a cambio de comida gratis, le exige matar a Bobby, un perro rabioso.
En realidad Cantinflas no ama a Pacita, la usa para alimentarse en la cocina de los patrones. Se suceden varias situaciones confusas que terminan metiendo a Cantinflas en más problemas: le adjudican la paternidad de varios hijos, lo quieren casar con una mujer que ni siquiera conoce y, finalmente, lo acusan de matar a un gánster que llevaba el mismo nombre que el animal sacrificado. Esto provoca que Cantinflas acepte haber matado a Bobby, el perro. Sin embargo, el jurado piensa que confiesa a sangre fría el asesinato de Bobby, el gánster.
Todo lo anterior deriva en la más delirante escena de juicio que se haya filmado en la historia del cine mexicano. Cantinflas da voz al más cínico, irresponsable y aprovechado personaje de su aún corta carrera.
Pero finalmente todos somos como Pacita, que dice: “No tengo remedio, le tengo mucha ley”. El público también le tendría una ley ciega a Cantinflas durante las siguientes décadas y hasta la actualidad.
Redención del “peladito”
La segunda etapa de su carrera fue para algunos historiadores, como contaba Mauricio de la Peña en el artículo “Del peladito al repertorio social” en la revista Somos uno, menos interesante. Pero en realidad fue su época más fructífera y exitosa. Quizá para redimirse del personaje caradura, Cantinflas inició una serie de películas donde el peladito trabajaba en diferentes oficios, como fotógrafo, patrullero, profesor, sacerdote, doctor, conserje, etc.
Esas películas simplemente explotaban la gracia de Cantinflas y exponían discursos de superación personal dirigidos a las clases populares. El actor también fue testigo del desafortunado declive de la industria de cine mexicano. El monopolio de exhibición de películas extranjeras había relegado al cine nacional a presupuestos infames. Además, gran parte de la audiencia había abandonado el cine mexicano en benefició del extranjero.
Es imposible resumir el aporte de Cantinflas a la cultura mexicana en apenas unas líneas. Su fama rebasó fronteras e idiomas y llegó hasta Hollywood. Participó en La vuelta al mundo en 80 días, que ganó el Óscar a la mejor película de 1956, y protagonizó de forma absoluta otra, que tuvo mucho menos éxito: Pepe (1960), de George Sidney.
Figuras como él rebasan el propio fenómeno de estrella de cine. Existieron grandes estrellas que hoy están olvidadas, pero Cantinflas no. Ha hecho reír a generaciones pasadas, presentes y, estoy seguro, futuras. No en vano, su imagen ya circula por los celulares del mundo en TikTok y sus películas pueden verse en plataformas de streaming alrededor del mundo.
Carlos Alberto Torrico Torres no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
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