En el siglo XXI el mundo se enfrenta a intensos desafíos demográficos. No obstante, a lo largo de la historia, siempre ha estado presente la preocupación por las implicaciones de los cambios demográficos en el desarrollo de las sociedades.
Autores como Malthus ya alertaron en el siglo XIX de los riesgos del crecimiento de la población. Más recientemente, científicos y organismos internacionales han centrado sus análisis en las vinculaciones entre las dinámicas demográficas y la sostenibilidad.
La población mundial ha pasado de 200 millones, a comienzos del siglo XVII, a 1 000 millones en 1850 y 7 500 en la actualidad. Y, según el Fondo de Población de Naciones Unidas, a finales de este siglo superará los 11 000 millones. A este crecimiento hay que sumar importantes transformaciones, como el proceso de urbanización, de envejecimiento y los movimientos migratorios.
El World Economic Forum (foro de Davos), que reúne a los países y los personajes más ricos y poderosos del mundo, publica cada año un informe sobre Riesgos Globales.
Año tras año aparecen el envejecimiento, la falta de oportunidades para los jóvenes, el fracaso de la planificación urbana y los movimientos migratorios involuntarios como grandes riesgos para la economía y el crecimiento mundial.
¿Dónde se concentra la población mundial y dónde crece más?
El 60% de la población mundial está en Asia, donde se encuentran algunos de los países más poblados del mundo, como China, India, Pakistán e Indonesia. Mientras, otras regiones del mundo, particularmente Europa, están perdiendo importancia demográfica. En 1950, el 21,7% de la población mundial residía en el viejo continente, en 2015 tan solo lo hacía el 10% y en 2100 lo hará el 5,5%. Pero Europa no solo pierde peso demográfico, sino que su población envejece, como se observa en la tabla.
La clave de futuro está en la dinámica demográfica de África. En 2015 concentraba el 16% de la población mundial, porcentaje que se espera que suba hasta el 39% a finales de siglo. Más de la mitad del crecimiento de la población del mundo se concentra en Nigeria, Congo, Tanzania, Etiopía, Angola y Níger.
La creciente urbanización: el éxodo del campo a la ciudad
El desarrollo de los países suele ir ligado a un proceso de industrialización que genera importantes desplazamientos del campo a la ciudad (migraciones internas). En 1950 solo el 29,4% de la población mundial vivía en zonas urbanas. Hoy día esa cifra ha ascendido al 56% y a finales de siglo será del 67%.
No obstante, la realidad en cada una de las regiones del mundo es muy diferente. Entre el 70% y el 80% de la población europea y norteamericana vive en ciudades, frente a tan solo el 40%-50% en los países de Asia y África.
El paso hacia las ciudades plantea dos importantes retos: la viabilidad de las urbes y el despoblamiento del campo.
La creciente urbanización también genera problemas: la pobreza urbana y las megaciudades, con una fuerte relación entre sí, son quizás los más importantes.
La pobreza urbana tiene su máxima expresión en infraviviendas (suburbios, poblaciones, ranchitos, favelas…), que aglutinan a personas en condiciones de vida lamentables por la falta de servicios básicos. Además, quienes habitan en esos lugares sufren una importante falta de oportunidades laborales y un alto riesgo de exclusión social. En 30 países del mundo, más del 55% de su población urbana vive en tugurios.
El otro gran problema está en la proliferación de las megaciudades. En 1980 solo había cinco ciudades con más de 10 millones de habitantes; en 2021 son ya 16. Muchas de ellas (Delhi, Shanghai, Sao Paulo, Ciudad de México, Daca) están situadas en países altamente empobrecidos, donde el riesgo de fracaso urbanístico es mayor. Estas grandes ciudades plantean problemas de congestión y saturación, que reducen la calidad de vida de sus ciudadanos e introducen fuertes tensiones medioambientales.
La preocupación por la viabilidad urbana se ha recogido en la Agenda 2030, a través del Objetivo de Desarrollo Sostenible número 11. Lo que se pretende es lograr que las ciudades sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles. Con este fin también trabaja ONU-Habitat, que tiene a su cargo el desarrollo de una hoja de ruta para la planificación del desarrollo urbano.
El envejecimiento de la población
Aunque el proceso de envejecimiento de la población es generalizado, hay grandes diferencias por regiones. Europa y América del Norte son las zonas más envejecidas del planeta. No obstante, Asia, el continente más poblado, registra un rápido proceso de envejecimiento. En 2020 el 56,7% de su población tenía más de 65 años, frente al 44% de 1990. Hay quien afirma que China será antes un país viejo que rico.
El envejecimiento conlleva grandes retos para los gobiernos. Quizá el más importante sea mantener la sostenibilidad de los sistemas públicos de pensiones (de reparto). En las últimas décadas, la gran mayoría de los países europeos han reformado sus sistemas, con vistas a incrementar la edad legal de jubilación y el tiempo de cotización mínimo necesario para tener derecho a una pensión. Frente al sistema de reparto está el sistema de capitalización, basado en los ahorros personales de cada individuo.
No obstante, sea cual sea el modelo, la realidad es que casi un tercio de la población mundial no percibe ningún tipo de pensión, ni pública ni privada. Además, existen importantes brechas en función del nivel de desarrollo del país, pero también según el sexo del trabajador.
Tras la crisis financiera de 2009 las medidas de ajuste estructural tuvieron efectos perversos sobre las políticas sociales, particularmente para los más desfavorecidos. La actual crisis del coronavirus, al menos en un primer momento, se está gestionando con un mayor apoyo a los ciudadanos. No obstante, el incremento de los niveles de deuda y déficit en el conjunto de las economías establece un futuro incierto.
La meta 1.3 de la Agenda 2030 busca la implementación de sistemas de protección social para todos, prestando especial atención a las personas pobres y vulnerables, como herramienta fundamental para acabar con la pobreza extrema.
Los movimientos migratorios internacionales
La población migrante supone solo el 3,5% del total de la población. No obstante, las diferencias según países son muy importantes. Por ejemplo, en la gran mayoría de los países del Golfo Pérsico la población de residentes extranjeros supera el 50%.
Las migraciones son mayoritariamente intrarregionales, es decir personas que se desplazan dentro de su continente a países vecinos. Corredores como Bangladés-India, Rusia-Ucrania (y viceversa) y Kazajistán-Rusia (y viceversa) son algunos de los más importantes en el mundo.
En la Unión Europea, el tratado de Schengen, junto con otras políticas como el reconocimiento de títulos o el programa educativo Erasmus, facilita el movimiento de personas trabajadoras. Los movimientos en América se dan del sur al norte, destacando el corredor de Centroamérica-México hacia Estados Unidos.
La globalización se ha basado en la libre circulación de bienes, servicios y capitales, pero en mucha menor medida de personas. Es más, las barreras a la libre circulación de personas siguen muy presentes. La caída del Muro de Berlín, icono del fin de una era de restricciones en el movimiento de personas, no refleja la realidad. El muro México-Estados Unidos, la zona desmilitarizada entre Corea del Sur-Corea del Norte, las vallas de Ceuta y Melilla o el muro de Cisjordania son algunos ejemplos de las barreras físicas creadas para limitar los movimientos de personas.
Los otros migrantes: refugiados y apátridas
Además de los movimientos de personas por razones laborales y de agrupamiento familiar, están los movimientos involuntarios o forzosos: el de los refugiados. Antes de la pandemia había 26 millones de refugiados y 4,2 millones de solicitantes de asilo.
El inicio de la guerra en Siria, en 2015, disparó el número de refugiados en el mundo. En la actualidad Siria, Venezuela, Afganistán, Sudán del Sur y Myanmar son el origen del 68% de los movimientos forzosos. Turquía, Colombia, Pakistán, Uganda y Alemania reciben al 73% de los refugiados. A diferencia de lo que pudiera parecer, las personas se desplazan mayoritariamente a países vecinos.
La Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 les otorga derechos en los países de asilo. El problema se plantea cuando se extienden los periodos en el que la persona es solicitante de asilo, y por lo tanto, sus derechos están muy restringidos.
A estos migrantes hay que sumar a los apátridas, personas a las que ningún país les concede la nacionalidad y que, por tanto, carecen de acceso a derechos básicos como educación, salud, empleo y libertad de movimiento. Algunos ejemplos de pueblos en situación de apatridia son los rohingyas en Myanmar o los nubios en Kenia, entre otros muchos.
La incertidumbre del futuro: ¿nuevas brechas?
Los retos demográficos ya eran importante antes de la pandemia, pero se han agudizado y muy probablemente se agravarán en el futuro. A medio plazo habrá que ver las repercusiones de las presiones fiscales derivadas del incremento de la deuda pública sobre políticas sociales como las pensiones.
Más incierto es si continuará el incremento desmedido de las ciudades o habrá un “retorno a lo rural”, facilitado por las oportunidades del teletrabajo. Ello dependerá de la inversión de los países para cerrar la brecha tecnológica entre lo urbano y lo rural. Sin embargo, esta oportunidad será esencialmente exclusiva de los países desarrollados.
Los inmigrantes, ya sean forzosos o voluntarios, también habrán de encontrar su espacio en un mundo con crecientes restricciones a la movilidad, que no se sabe cuánto durarán.
Este artículo tiene su origen en un capítulo del libro: Las transformaciones de la economía mundial (Ángeles Sánchez Díez, coord., 2021, Grupo de Estudio de Transformaciones de la Economía Mundial-UAM, Madrid).
Ángeles Sánchez Díez no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
The Conversation. Rigor académico, oficio periodístico
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