Albert Einstein es quizá el científico más famoso de la historia, y no precisamente por haber sacado la lengua a un fotógrafo, aunque también. La fama le llegó tras un eclipse de Sol acontecido el 29 de mayo de 1919, con el que se demostró que la teoría general de la relatividad, propuesta por él, era correcta. La luz curvaba su recorrido al encontrarse con un objeto masivo.
Pero Einstein también contribuyó al entendimiento de otros fenómenos físicos como el movimiento browniano de las partículas o el efecto fotoeléctrico, un aporte por el que le fue concedido el Premio Nobel de Física en 1921.
Tras ganar el galardón, y aclamado como las grandes estrellas del rock, salió de gira por el mundo de conferencia en conferencia. El 22 de febrero de 1923 llegó en tren a España desde Francia.
Una llegada digna de un genio
Junto a su segunda esposa, y también prima hermana, Einstein pasó 20 días recorriendo diversas ciudades españolas, tras la invitación de los científicos Esteve Terradas y Julio Rey Pastor.
La prensa se hizo eco de la visita del científico de un modo tan exorbitado que parecía más bien el correspondiente a una estrella musical que a un hombre de ciencia, aunque fuera también un virtuoso violinista.
Einstein impartió conferencias en Barcelona, Zaragoza y Madrid, donde también deleitó con su violín a personalidades de la época como el físico Blas Cabrera o el médico Gregorio Marañón, al que Einstein dijo que admiraba.
¡Viva el inventor del automóvil!
La visita de Einstein a España dejo más de una anécdota que bien merece un recordatorio. El comienzo de su visita ya es meritorio.
A su llegada a Barcelona no había nadie esperándoles en la estación ya que el genio había olvidado avisar a sus anfitriones en qué tren llegaban. Ni corto ni perezoso, buscó una pensión en la que alojarse con su esposa hasta el día siguiente, cuando avisó al profesor Terradas de su llegada (no se sabe a ciencia cierta si fue él o el gerente de la pensión, tras ver su cara en los periódicos) y fue trasladado al hotel Ritz, donde tenía reservado alojamiento. De su estancia en Barcelona dijo:
Mucho cansancio pero gente muy amable, canciones populares, baile y comida. Ha sido agradable.
Unos diez días más tarde se trasladó a Madrid donde fue nombrado miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de España y recibido por el monarca Alfonso XIII.
En una foto tomada con el rey y diversos científicos e intelectuales de la época, Einstein es el único que tiene los ojos abiertos en primera fila. ¿Sería esta una pista de que nadie entendía absolutamente nada de lo que el científico explicaba en sus conferencias?
Visitó la ciudad, la Residencia de Estudiantes, y se reunió con miembros del sindicato anarquista CNT, a quienes reveló que él también era un revolucionario, sólo que en el campo de la ciencia.
Según cuentan, durante su estancia en Madrid tuvo tiempo de visitar hasta tres veces el Museo del Prado y hacer una escapada a Toledo para admirar El entierro del conde de Orgaz de El Greco, eso sí, de incógnito para pasar inadvertido.
Narran los periodistas de la época que, al pasar por delante de una castañera en Madrid, se la oyó gritar “¡viva el inventor del automóvil!”, prueba de que el joven científico era vitoreado y aclamado pero muy poca gente sabía por qué. De hecho, los intelectuales de la época como Ortega y Gasset dijeron que si alguien les preguntaba la razón por la que admiraban a Einstein les pondrían en un grave aprieto.
¿Dónde está la pizarra?
Los últimos días de Albert Einstein en España los pasó en Zaragoza, donde también impartió dos conferencias además de celebrar su cumpleaños, que coincidió justo en esos días. El paso por Zaragoza no estaba en sus planes pero fue asaltado durante una pausa técnica del tren que le llevaba de Barcelona a Madrid y aceptó parar a su vuelta a Barcelona y visitar la ciudad.
EL 12 de marzo de 1923 llegó a Zaragoza y el mismo alcalde le llevó en su coche hasta el hotel. En esta ciudad impartió dos conferencias. El rector de la Universidad de Zaragoza, Ricardo Royo Villanova, quiso conservar una de las pizarras en las que Einstein se había apoyado para impartir sus conferencias, y tan bien la guardó que a día de hoy no se conoce su paradero.
De sus conferencias en España, y me atrevería a decir en el mundo, se dice que tan solo unos pocos fueron capaces de entender las teorías del premio Nobel a la perfección y, quizá, algunos más con un esfuerzo considerable. En todo caso, el simpático genio se nos ha quedado grabado en la memoria y, sí, con la lengua fuera.
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