La pandemia ha socavado sueños posiblemente prósperos e incluso ha puesto punto y final a historias que no han tenido oportunidad de comenzar. La pobreza, las injusticias y las desigualdades han aumentado.
Ante esta situación, como humanidad, debemos seguir el horizonte ético propuesto en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. En él se definen 17 objetivos y 169 metas que nos desafían a mejorar nuestro mundo desde el prisma económico, ecológico y social.
La clave para afrontar el reto de mejorar el planeta está en sensibilizar a la humanidad en su conjunto. Transferir este compromiso a las nuevas generaciones es uno de los retos del siglo XXI.
Para hacerlo, la educación debe apoyarse en cuatro pilares básicos, tal y como figuran en el informe de la UNESCO de 1996 La educación encierra un tesoro:
Aprender a conocer: descubriendo y comprendiendo cada detalle del mundo al que pertenecemos.
Aprender a hacer: adquiriendo conocimientos y habilidades, que permitan al sujeto actuar desde los propios recursos técnicos, procedimentales y metodológicos.
Aprender a ser: desarrollando un pensamiento crítico que proporcione autonomía personal y una ciudadanía activa.
Aprender a vivir juntos: conviviendo en una cultura basada en el respeto hacia los derechos de los demás, así como al propio planeta.
Educación en valores, más allá de la teoría
En este marco contextual, el aprendizaje de valores y el correspondiente rechazo hacia los antivalores debe ser un eje prioritario en los procesos educativos y no quedarse en mero planteamientos teórico socavado por el peso de los elementos curriculares.
La educación en valores constituye nuestra principal herramienta para transmitir dicha ética social. No sólo desde la familia, como base de la sociedad, sino desde el propio sistema educativo.
El papel del docente
El papel del personal docente es necesario para ayudar al individuo a desarrollarse como persona (aprender a ser) y aprender vivir en sociedad (aprender a convivir).
Durante la jornada escolar, estos profesionales deben animar a cada estudiante a discernir entre valores personales, sociales y morales. E incluso ayudarles a comprender cómo poder llevarlos a la práctica.
La sinergia pedagógica generada entre profesorado y alumnado va a permitir el crecimiento de este último, favoreciendo su capacidad para tomar decisiones y fomentando la integración en la sociedad con respeto a las diferencias individuales.
Ahora bien, ¿qué competencias deben poner en práctica y transmitir en el aula?
Competencias clave
El camino para aumentar la conciencia ética está vinculado a las siguientes competencias que guían la práctica docente.
Competencias personales y sociales. El trato cercano con el alumnado supone una oportunidad de aprendizaje. Aprendizajes como la gestión de las relaciones de un modo constructivo y empático. Además de fomentar habilidades, conocimientos y experiencias que permitan el desarrollo integral de los sujetos.
Competencias culturales. El respeto hacia las diferentes culturas o etnias existentes en el aula es primordial. Esta postura supone un andamiaje educativo que permitirá el acercamiento sociocultural entre iguales desde la inclusión.
Competencias emocionales. El conflicto es inherente al ser humano, por tanto, se debe transmitir su gestión pacífica. Y generar, además, nuevas formas de colaboración entre el alumnado que no termina de entenderse. Sin obviar la importancia de facilitar herramientas para la propia regulación emocional con autonomía en estas situaciones.
Competencias éticas. La igualdad y el respeto hacia los demás, la solidaridad frente a la vulnerabilidad, deben ser guías de la práctica docente. Aprovechar la enseñanza como espacio de reflexión crítica para poder desarrollar un compromiso por la justicia social.
Iniciativas y aprendizaje servicio
Por suerte, ya existen evidentes signos de que el profesorado avanza en esta gran labor. Dentro del marco de los objetivos de desarrollo sostenible, encontramos los frutos de numerosas iniciativas de aprendizaje servicio.
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Concretamente, desde la Red Española de Aprendizaje-Servicio se han recopilado 100 buenas prácticas al respecto, recogiendo experiencias desarrolladas por 300 centros educativos además de 430 entidades sociales. Buenas prácticas que tienen como protagonistas a pequeños desde los 3 años hasta adultos mayores de 18 años.
Es un ejemplo de ello la experiencia desarrollada por el Centro de Educación Infantil y Primaria Malala (Sevilla), denominada “tribu Malala”. O el proyecto “cuidemos a los abuelos”, llevado a cabo por estudiantes de enfermería, quiénes visibilizan la importancia de la atención domiciliaria a los mayores dependientes.
El desarrollo de habilidades comunicativas entre generaciones, así como los valores de empatía y respeto, son algunos de los numerosos beneficios de este tipo de experiencias.
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La responsabilidad ética y social es compleja. Aunque, gracias a numerosos esfuerzos, existan iniciativas para mejorar nuestra sociedad, aún continúa siendo un gran camino por recorrer.
Dra. María Auxiliadora Ordoñez Jiménez no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
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