Andalucía no se doblega ante las privatizaciones de Moreno Bonilla: en defensa de la sanidad pública
La farsa que se desarrolla en Andalucía bajo el mando de Juanma Moreno Bonilla y su junta es un insulto a la inteligencia de cualquier persona con un mínimo de decencia y compasión. La tragedia de la sanidad pública en esta región, en plena debacle por las políticas privatizadoras, no es más que el reflejo de un sistema corroído por la avaricia y la negligencia.
Decenas de miles de andaluzas y andaluces, con el alma en vilo, han tenido que tomar las calles para gritar una verdad que quema: “la sanidad pública no se vende”. Esta no es solo una consigna; es la expresión de un hartazgo profundo ante la desfachatez de un gobierno que, sin pudor alguno, está desmantelando uno de los pilares fundamentales de cualquier sociedad que se precie de ser justa y equitativa.
La ligereza con que el gobierno de Moreno Bonilla coquetea con el sector privado, vendiendo pedazo a pedazo nuestra sanidad, es una bofetada directa al rostro de la ciudadanía. ¿Desde cuándo la salud de las personas se convirtió en una línea más en los balances de ganancias de empresas privadas? La salud no es un negocio, es un derecho. Pero parece que este concepto es demasiado complejo para ser comprendido por aquellos que se han sumergido hasta el cuello en el lodazal de la corrupción y los intereses particulares.
El espectáculo de las puertas giratorias, donde exfuncionarios públicos se embolsan puestos en las mismas empresas que antes supervisaban, es una comedia grotesca. ¿Cómo puede ser que Miguel Ángel Guzmán, un día gerente del Servicio Andaluz de Salud, al siguiente se encuentre cómodamente instalado en el consejo de Asisa? Esto no es coincidencia, es colusión, y evidencia el tejido de complicidades que une al gobierno de Andalucía con el sector privado.
La sanidad andaluza sangra por heridas infligidas por sus propios guardianes. La larga espera para una cita médica, las operaciones aplazadas indefinidamente, los hospitales fantasma con quirófanos vacíos, no son más que síntomas de una enfermedad mucho más grave: la indiferencia de un gobierno que ha vendido su alma al mejor postor.
Este desfile de indignidades, lejos de ser una política de salud, es una sentencia de muerte para miles de andaluces que dependen de un sistema público eficiente y accesible. ¿Qué clase de sociedad estamos construyendo donde el acceso a la salud depende del grosor de tu billetera?
El clamor en las calles de Andalucía es un recordatorio potente de que, pese a los esfuerzos de Moreno Bonilla y su corte de privatizadores, el espíritu de lucha y la defensa de lo público permanecen incólumes. Andalucía no se doblega, Andalucía resiste, porque sabe que la batalla por la sanidad pública no es negociable, es una lucha por la vida misma.
Y a aquellos que siguen apostando por la privatización como el futuro de la sanidad, les recordamos: la salud no es una mercancía, y no descansaremos hasta que cada político, cada empresario involucrado en este saqueo despiadado, sea recordado no por sus títulos o riquezas, sino por la miseria y sufrimiento que han decidido infligir a su propia gente. La sanidad pública no se vende, se defiende, y Andalucía está en pie de guerra.
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