Los Juegos Olímpicos de París comenzaron con una ceremonia que destacó valores multiculturales y progresistas, pero más allá de estos fuegos de artificio, profundicemos un poco más en esta celebración. Mientras se celebraba la diversidad racial y sexual en el escenario, las autoridades parisinas llevaban a cabo una brutal «limpieza social» de las calles.
No contentos con expulsar a los más vulnerables, las autoridades también han arremetido contra quienes se atreven a cuestionar la narrativa predominante. Activistas ecologistas, como Extinction Rebellion, y periodistas han sido detenidos arbitrariamente, y se ha intensificado la vigilancia policial para sofocar cualquier forma de protesta por la celebración del evento. Los Juegos de París han exacerbado las desigualdades sociales y han reforzado un sistema de control y vigilancia que continuará mucho después de que los focos se apaguen.
Y no nos olvidamos, no. Lo peor de todo esto es que se dejó participar a un país que cometía un genocidio mientras ganaba medallas con el aplauso de la equidistancia. La inclusión de Israel en estos Juegos no solo fue una burla a los derechos humanos, sino una vergonzosa complicidad en los crímenes de guerra que están siendo perpetrados en Gaza. ¿Medalla a la hipocresía? Por supuesto que sí.
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