En muchas farmacias hay fotos de hojas de marihuana, sin que la venta de esta planta sea legal. Al mismo tiempo, los medios de comunicación, casi cada mes, se hacen eco de una nueva posible propiedad terapéutica del cannabis, cuando su empleo como fármaco solo se acepta por la Agencia Europea del Medicamento en escasas indicaciones.
Finalmente, padres, profesores y profesionales de la salud escuchan a jóvenes y adultos declarar que fuman cannabis porque “es terapéutico”, mientras en muchas partes de España, por ejemplo, es la droga que más atención por dependencia provoca, especialmente en la adolescencia. Son tres circunstancias divergentes que solo comparten la palabra “cannabis”. Lo demás suena, y es, contradictorio. Lo cierto es que nos hemos liado con el cannabis.
Más de cien cannabinoides, más de cien propiedades
El cannabis es una planta. En ella hay más de cien compuestos llamados cannabinoides, los responsables de los efectos sobre el organismo. Es decir, consumir la planta del cannabis es consumir la suma de esas más de 100 sustancias.
Sus propiedades son muy diversas, a veces hasta antagónicas. Así pues, cuando se investiga sobre sus posibilidades terapéuticas, se hace con cada cannabinoide por separado. Luego hablar de las “propiedades terapéuticas” del cannabis –así, en general– supone un poco confundir la parte con el todo. Es a los cannabinoides, y no al cannabis, a los que se les están buscando beneficios sobre la salud. Así que dejemos de llamar cannabis a los cannabinoides como no llamamos cerdo al chorizo.
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THC y CBD: dos compuestos muy diferentes
Ahora hablemos de los cannabinoides. O al menos de los más relevantes.
Los dos cannabinoides más frecuentes son el Δ-9-tetrahidrocannabinol (THC) y el cannabidiol (CBD). Hay muchas variedades de plantas, por lo que la presencia y concentración de estos varía bastante. El THC es el cannabinoide por excelencia, el que tiene efectos psicoactivos. Se trata de la parte de la planta por la que esta se consume de forma recreativa y la que buscan sus usuarios cuando lo hacen.
Sus efectos agudos son conocidos: euforia, relajación, alteraciones en la percepción, sueño, hambre… Por eso, la potencia de la planta se define por el grado de concentración que tenga de THC. Que, aunque ha aumentado en las últimas décadas, rara vez supera el 15 %.
Por entendernos, el THC es lo que coloca. También se ha relacionado con otros efectos nocivos como la dependencia, más riesgo de aparición de problemas de salud mental o retraso en el aprendizaje en consumos a edades tempranas. Por todo ello, hablar de cannabis incluiría hablar del THC, y este no tiene un uso medicinal. Menos aún si es fumado.
Por su parte, el CBD es el cannabinoide sobre el que se están realizando la mayoría de los estudios que buscan sus propiedades terapéuticas. De hecho, ya pueden verse sus derivados, sobre todo cremas, en muchas parafarmacias. Y todos los productos con CBD que se venden de forma legal en España garantizan que la cantidad de THC que tienen es nula o está en cantidades despreciables.
Generalizaciones engañosas (y peligrosas)
Así, las (pocas) propiedades positivas que se han probado de este cannabinoide han saltado a parte del imaginario colectivo como atribuibles al global de la planta. De ahí las hojas de marihuana en las farmacias, en vez de la estructura química del CBD. O que los periódicos hablen de “cannabis medicinal” cuando deberían hablar del “cannabinoide (CBD)”. En los dos casos vende, pero son ventas engañosas.
Da la sensación de que a consecuencia de colocar (mal) la palabra “cannabis” junto a “medicinal”, o la foto de una planta en el mismo lugar en el que compramos otros medicamentos, el uso del cannabis se ha ido blanqueando y quizá estén contribuyendo a que generación tras generación su consumo se banalice. O a que la sensación de riesgo percibida ante ese consumo entre determinados grupos haya disminuido.
Lo que es seguro es que lían. Y la legalización de la venta del CBD (sin THC) en estancos (otros sitios recientemente tomados por los carteles con la hoja de marihuana) puede enredar aún más la cosa.
No seamos catastrofistas ni engañemos. Si sumamos las consecuencias sobre la salud poblacional, el alcohol o el tabaco están muy por delante del cannabis. La legalidad o ilegalidad de estas sustancias es otro tema. Pero que el consumo de cannabis supone riesgos que se deben conocer es poco discutible. En especial en menores de edad. Es importante cuidar la terminología, separar los mensajes y abordar estas posibles regularizaciones por separado.
Este artículo es una versión de otro publicado en la revista Gaceta Sanitaria en 2022 escrito por el mismo autor.
Luis Sordo no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
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