El experimento sueco ha consistido en que las autoridades científicas y el Gobierno de Suecia confiaban en que la ausencia de confinamiento en primavera les beneficiara en la segunda ola: no ha ocurrido así y el Gobierno se ve forzado a rectificar.
Durante meses el 60% de los habitantes respaldaban el experimento sueco, es decir, la decisión de no imponer en el país las mismas medidas drásticas habituales en el resto de Europa.
Ahora sin embargo en las estadísticas se ha presentado un descenso considerable y un 82%, según IPSOS, se muestra muy preocupado por la situación latente.
Uno de los motivos para que ocurriera este cambio drástico en el patrón y línea de pensamiento se debe a que Suecia continúa sufriendo una incidencia muy superior a la de sus vecinos nórdicos.
De este modo se constata que el modelo sueco no ha surtido el efecto que se esperaba. Suecia cuenta actualmente con 682 casos por 100.000 habitantes en los últimos 14 días (España tiene 286, Italia 590). La distancia con los países cercanos (los que iban a estar peor en otoño) es evidente. Dinamarca, 310. Noruega, 116. Finlandia, 111.
Ante esta tesitura el socialdemócrata Stefan Löfven advirtió a la población de que las medidas debían endurecerse y les alertó sobre lo que puede pasar en Navidad si bajan la guardia. “Más y más gente está muriendo”, dijo. Lo que hagamos mal ahora, lo pagaremos más tarde. “Quizá suene duro. Quizá suene brutal. Pero así es la realidad, dura y brutal”.
Anders Tegnell, principal consejero científico del Gobierno sueco, tenía claro a principios de mayo que el tiempo daría la razón al experimento sueco. “En otoño, habrá una segunda oleada. Suecia tendrá un alto nivel de inmunidad y el número de casos será probablemente bastante bajo. Pero Finlandia tendrá un muy bajo nivel de inmunidad. ¿Volverá Finlandia a decretar un confinamiento total?”, dijo al Financial Times.
¿Conviene hacerse el sueco con el coronavirus?
El experimento sueco a la COVID-19 ha sido mucho menos intensa que en cualquier otro país europeo, incluyendo sus vecinos nórdicos. Suecia no sólo eludió los confinamientos generalizados sino que mantuvo abierta la escuela primaria, continúa desaconsejando el uso de mascarillas (salvo situaciones específicas) y hasta hace poco mantenía sin aislar a los contactos asintomáticos de los pacientes con COVID-19 (asumiendo muy alegremente una escasa capacidad de transmisión).
Esta heterodoxa estrategia, aparentemente laissez faire, laissez passer, ha encandilado a “negacionistas”, ultraconservadores y “liberales” de todo el mundo. Algunos manifestantes de las protestas de septiembre contra las restricciones en Berlín portaban banderas suecas. Los conservadores estadounidenses y británicos presentan a Suecia como la demostración del éxito de evitar los confinamientos. Y los firmantes de la Declaración de Great Barrington, que reivindican un camino rápido hacia la “inmunidad de rebaño” (un concepto que explícitamente niega la estrategia sueca), también sugieren que la vía sueca es la adecuada para recuperar la economía.
Pero no es obvio que los datos de Suecia, de salud o económicos, puedan soportar tanto entusiasmo. Tampoco que Suecia sea el paraíso sin restricciones que pretenden los partidarios de generalizar su supuesta estrategia. Ni mucho menos que los países que han empleado confinamientos no tengan cosas que aprender de la vía sueca.
Los datos de salud
Si nos atenemos a los datos sanitarios, “hacerse el sueco” no parece una buena idea. Al menos en comparación con los otros países nórdicos. Tanto en casos confirmados por millón de habitantes (Figura 1) como –y sobre todo– en fallecimientos por millón de habitantes (Figura 2), Suecia tiene registros mucho peores que Dinamarca (5 veces menos fallecidos), Finlandia o Noruega (10 veces menos).
Los datos globales de Suecia son incluso peores que los de la media de la Unión Europea, pese a estar muy lastrados por los malos registros de Reino Unido, España, Italia y Francia. Y no sólo por un pico más elevado en la primera ola, sino especialmente por la lentitud del descenso de la curva de mortalidad en ausencia de confinamientos (Figura 2).
Si atendemos al exceso de mortalidad monitorizado por EuroMoMo, Suecia es el único país nórdico que muestra un claro exceso de mortalidad (Figura 3) y que, otra vez por el lento descenso de la curva, no se normalizó hasta finales de julio.
En cuanto a cómo de cerca están los suecos de alcanzar el siempre especulativo umbral del 70% de personas que han pasado la infección para alcanzar la, no menos especulativa, inmunidad de rebaño, los datos indican que la seroprevalencia se sitúa en torno al 15%. Es decir, muy lejos del 40% que la Folkhälsomyndigheten (la Agencia de Salud Pública de Suecia) preveía alcanzar en mayo de 2020.
Los datos económicos
La caída del PIB de los países nórdicos en el segundo trimestre de 2020 no parece muy afectada por la imposición o no de confinamientos. Suecia, con un 8,6% de reducción del PIB, mostró la mayor caída pese a la ausencia de confinamientos. Dinamarca (-6,9%), Noruega (-5,1%) y Finlandia (-4,5%) han aguantado mejor. También Holanda, Alemania o Estados Unidos se sitúan en ese rango de caídas.
Comparar con las economías de España, Italia o Reino Unido puede ser un buen truco de ilusionismo, pero la respuesta económica no tiene tanta relación con las estrategias de afrontamiento de la COVID como con las características previas de cada economía. Y, se mire como se mire, los datos no avalan que Suecia haya tenido un mejor comportamiento económico que sus vecinos nórdicos.
No es tan sueco el león como lo pintan
Por otra parte, la repetida y tópica presentación de Suecia como el país que no adoptó medidas poblacionales para frenar la pandemia es muy injusta con la estrategia sueca, plagada de restricciones, muy bien descritas en una reciente publicación.
La estructura de gobernanza sueca, con 21 condados que gestionan la atención sanitaria (con unidades de enfermedades infecciosas con amplios poderes, incluso para imponer aislamientos) y 290 municipios (que gestionan la atención comunitaria y los servicios sociales), hace difícil hablar de una respuesta global homogénea. De hecho, y al igual que España, Suecia tuvo una transmisión por regiones extremadamente desigual, concentrando casos y muertes en Estocolmo.
Pero Suecia no fue pasiva. Restringió desde principios de marzo las visitas a los centros socio-sanitarios, ordenó el aislamiento de los pacientes sintomáticos (aboliendo las penalizaciones salariales por baja laboral y ofreciendo compensaciones a los pacientes con COVID para que se quedaran en casa), impuso restricciones a viajes y recomendó fuertemente el teletrabajo (y continúa haciéndolo).
Suecia también realizó un notable esfuerzo por mantener el distanciamiento social. Ya en marzo prohibieron los eventos de más de 500 personas, que en abril redujeron a 50. Publicaron instrucciones para la hostelería (y clausuraron los locales que las incumplían). Aunque las escuelas permanecieron abiertas para los alumnos de hasta 16 años, los mayores de esta edad, incluyendo universidades, pasaron tempranamente a enseñanza on-line (aunque reabrieron –manteniendo la distancia– a partir de agosto).
Además –y quizás sobre todo–, Suecia ha mantenido y mantiene importantes campañas de información y pedagogía de riesgos, incluyendo las dirigidas –en sus propios idiomas– a las minorías étnicas. Minorías que, al igual que en otros países, presentaron una mayor proporción de afectados.
¿Se puede ser sueco fuera de Suecia?
La estrategia sueca no sólo ha seducido. También ha sido muy criticada. El Science Forum COVID-19 (más conocido como “los 22”, por el número de científicos y médicos que inicialmente lo integraban) ha sido muy duro con la estrategia de su país y con Anders Tegnell, el funcionario jefe de la Folkhälsomyndigheten, artífice de la controvertida estrategia en un país donde la Constitución no permite al Gobierno “influir” en cómo las Agencias gubernamentales desarrollan su trabajo.
También reputadas publicaciones científicas como el British Medical Journal o Science, así como el Independent Advisory Group for Emergencies de Reino Unido, han señalado las debilidades del abordaje sueco de la pandemia. Remarcando que nada indica superioridad respecto a sus vecinos nórdicos, más bien lo contrario.
Actualmente, cuando los casos repuntan en la Europa de los confinamientos de la primera ola, Suecia resiste con repuntes discretos (también sus vecinos nórdicos, especialmente Finlandia y Noruega, como mostraba la Figura 1). Más que por una mayor inmunidad poblacional, es probable que los suecos sean más suecos que nadie y sigan más estrictamente las medidas de distanciamiento social pese a tener menos normas obligatorias.
Quizás sea porque confían más en una Salud Pública que desde el principio ha apostado por una estrategia a largo plazo (y no de 15 días, cada 15 días), como explicaba Tegnell en una interesante entrevista en la que hasta se muestra razonablemente cauto con el impacto de la vacunación y apuesta por una visión de salud pública global (no sólo infecciosa) que aborde los determinantes sociales.
Quizás sea porque sus mensajes no son contradictorios. O quizás porque han evitado el “circo” político. Quizás porque la Salud Pública confía en su población tanto como la población en su Salud Pública.
Quizás la vía sueca sea adecuada para los suecos: un país rico, con un estado social pujante, servicios sanitarios y sociales poderosos, y una gran confianza mutua entre la administración y la población. Quizás la vía sueca no sea la mejor idea en países con grandes desigualdades sociales y desarrollos sociales y sanitarios muy débiles o muy debilitados.
Como recientemente señalaba Richard Smith en el Blog del British Medical Journal, todos los juicios sobre el éxito de las diferentes estrategias en esta pandemia son provisionales, simplemente porque la pandemia no ha terminado y en muchos aspectos es impredecible.
Quizás, también quizás, todos podemos aprender algo de cómo hacen otros las cosas.
Los últimos apartados pertenecen a Salvador Peiró para The Conversation.
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