Estado de una comisaría de policía tras los terremotos de Siria y Turquía. Wikimedia Commons / Hilmi Hacaloğlu
Los terremotos de magnitud 7,8 y 7,6 que sacudieron recientemente el sureste de Turquía y el norte de Siria nos recuerdan que no somos los dueños de la naturaleza. Los más de 24.000 muertos demuestran que nuestro desarrollo no puede suceder de espaldas al medio natural. Asimismo, los más de 3.500 edificios que se derrumbaron como castillos de naipes dejan patente que la catástrofe no debe imputarse a las fuerzas telúricas. En otras palabras, este sismo ofrece una ulterior prueba de que los desastres naturales no existen: las catástrofes relacionadas con amenazas de origen natural siempre son resultado de las acciones y decisiones humanas.
Hoy en día no es posible prever los terremotos con exactitud, pero sí sabemos que, antes o después, la tierra volverá a temblar allí donde ya lo ha hecho una vez. Por ello, los desastres relacionados con sismos deben considerarse un producto histórico y político, ya que son el resultado de un proceso eminentemente social, es decir, impulsado y conformado por la sociedad que lo sufre.
Los terremotos de Turquía y Siria han provocado un número tan elevado de víctimas debido a que en esas zonas la gran mayoría de los edificios no cumplía la normativa sismorresistente. Tras el temblor de 1999, que produjo 17.000 muertos, el gobierno turco reconoció la urgencia de reducir el riesgo sísmico en el país. Para cumplir con este objetivo introdujo al año siguiente nuevos estándares constructivos, así como controles mucho más estrictos en el diseño de las nuevas edificaciones. Sin embargo, el Estado puso sobre la mesa escasos recursos para cumplir este objetivo y asignó un escaso número de funcionarios para la inspección de las nuevas construcciones. Muchas de ellas se levantaron sin pasar por el proceso de certificación y esto permitió a varias empresas sin escrúpulos construir sin respetar la nueva normativa arquitectónica.
Invertir en prevención
Si bien se sabe que es más rentable invertir en prevención que en intervención, muchos gobiernos, incluido el turco, no ven beneficio político en gastar dinero en políticas muy costosas, pero al mismo tiempo casi invisibles. Por otra parte, los terremotos altamente destructivos suelen producirse entre largos lapsos de tiempo, lo que impide que tanto la población como las autoridades interioricen una adecuada percepción del riesgo. Nuestra memoria histórica colectiva es muy frágil, lo que junto con la baja frecuencia temporal de los sismos de gran magnitud, reduce la conciencia pública del riesgo.
Esto genera una mayor tendencia a no respetar estrictamente la normativa antisísmica por parte de la población y que las autoridades actúen de manera más laxa a la hora de hacer respetar dicha normativa. Hay que tener en cuenta que al igual que los desastres no son naturales, los riesgos tampoco lo son. Cada sociedad construye sus propios riesgos y así se explica, en el caso de Turquía, el gran número de edificios colapsados en la región afectada por el terremoto.
Un barco empotrado en una casa en Corral (Chile) tras el terremoto y tsunami de Valdivia en 1960, que alcanzó una magnitud de 9’5.
Wikimedia Commons / Buonasera, CC BY-SA
El caso de Chile
Algunas naciones tienen la lección bien aprendida. Autoridades de países como Chile o Japón, que suelen registrar un terremoto de fuerte intensidad cada más o menos diez años, han impuesto estándares constructivos sismorresistentes muy elevados y, sobre todo, han conseguido que estos sean respetados por la población. Los sismos en estos países son tan frecuentes que se han convertido en parte integrante de sus culturas.
Por ejemplo, en Chile la población está tan habituada a los movimientos telúricos que tiene dos términos distintos para clasificarlos: sismos son los que alcanzan hasta una magnitud de 7,9 y los que superan esta cifra se denominan terremotos. Todos los chilenos son conscientes de que a lo largo de su vida les tocará vivir la catártica experiencia de un terremoto 8 o 9 y cada año en algún punto del país se registra al menos un terremoto de intensidad 6 o superior. Esto conlleva que los chilenos posean una muy clara percepción del riesgo sísmico, y justamente por eso, exigen que las autoridades velen por el cumplimiento de la estricta normativa que existe en esta materia.
La estrecha relación entre memoria, percepción del riesgo y construcción nos permite estar más preparados para afrontar las adversidades relacionadas con amenazas de origen natural y evitar que acaben desembocando en una tragedia.
Soy beneficiario de una Beca Marie Curie financiada por la Unión Europea.
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España, tierra de memoria frágil.