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Miles de de ultraderechistas partidarios del expresidente brasileño Jair Bolsonaro asaltaron el Congreso, el Tribunal Supremo y el palacio presidencial del país el 8 de enero de 2023.
En unas imágenes que recuerdan las del asalto al Capitolio de EE.UU. el 6 de enero de 2021, se ha visto a los manifestantes arrollar y golpear a la policía mientras rompían el perímetro de seguridad de los edificios.
El asalto se produce semanas después de que Bolsonaro fuera destituido en unas elecciones que decidieron el regreso del expresidente izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva. Rafael Ioris, experto en política brasileña de la Universidad de Denver, explica el significado del ataque y lo que podría ocurrir a continuación.
¿Quién estaba detrás del asalto al Congreso brasileño?
Lo que hemos visto es cómo miles de acérrimos partidarios de Bolsonaro –aquellos que comparten su agenda de extrema derecha– han intentado tomar al asalto los tres poderes tras las recientes elecciones.
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Aunque Bolsonaro no estaba en la capital cuando ocurrió el atentado –estaba en Florida– considero que es el responsable último de lo ocurrido. Mientras estuvo en el poder fomentó la desconfianza en las instituciones políticas, abogando por el cierre del Congreso y atacando al Tribunal Supremo, dos de las instituciones objetivo de los manifestantes.
Otros también estuvieron detrás de lo ocurrido. Las protestas han tenido lugar durante semanas, y hay grandes financiadores de las manifestaciones, como grandes terratenientes y grupos empresariales que ayudaron a pagar el transporte en autobús de miles de partidarios de Bolsonaro a la capital, Brasilia.
Y luego está el papel de los militares. Las principales figuras del ejército han apoyado la agenda de extrema derecha de Bolsonaro durante mucho tiempo e incluso recientemente han mostrado su apoyo abierto a varias manifestaciones a favor del golpe que se desarrollaban en diferentes partes del país en las semanas previas al ataque.
La falta de seguridad que permitió el asalto a instituciones clave de la capital también lleva a la pregunta: ¿Fueron negligentes o cómplices?
¿Cuál ha sido entonces el papel de las fuerzas armadas?
La seguridad en las calles no es responsabilidad de las fuerzas armadas, pero el continuo apoyo de los militares a la agenda de Bolsonaro ha contribuido a legitimar que los miembros de la policía militar estatal apoyen esas posturas. Y fue la policía militar la encargada de mantener a raya las manifestaciones en Brasilia.
Los manifestantes pro-Bolsonaro exigen una intervención militar para anular lo que a su juicio, aunque sin pruebas, fueron unas elecciones fraudulentas que auparon a Lula al poder.
Su esperanza es que los altos mandos militares, muchos de los cuales han expresado su apoyo a Bolsonaro y su simpatía por los campamentos de protesta que se han instalado cerca de las bases militares, apoyen la campaña para derrocar a Lula.
Brasil tiene una larga historia de militares que no aceptan el gobierno de civiles. El último golpe militar fue en 1964. Por supuesto, las circunstancias son diferentes ahora que entonces, cuando en plena Guerra Fría el golpe fue apoyado por gobiernos extranjeros, incluyendo los EE.UU..
Bolsonaro ha estrechado lazos con los militares brasileños colocando a militares clave en puestos del gobierno. Generales de derechas amigos de Bolsonaro se convirtieron en ministro de defensa, jefe de estado e incluso ministro de sanidad en el punto álgido de la crisis covid-19. Por otra parte, se estima que alrededor de 6 000 militares en activo obtuvieron empleos en puestos no militares en el gobierno en los últimos ocho años.
Algunos generales de la Armada y de las Fuerzas Aéreas en particular han apoyado las protestas. Desde las elecciones, ha habido generales que han proclamado que las manifestaciones que exigían una intervención militar eran legítimas.
Creo que es justo decir que algunos segmentos de los militares brasileños han estado alentando lo ocurrido.
Pero a la hora de la verdad, las fuerzas armadas se han mantenido en silencio. Los militares pueden haber alimentado la protesta, pero cuando tocaba completar un golpe al estilo clásico, no han sacado los tanques en las calles.
¿Es esto un intento de golpe?
Esa es la cuestión central. Tal y como se han desarrollado los acontecimientos el 8 de enero, parece más bien una protesta que se ha vuelto violenta y se ha ido de las manos: el nivel de destrucción en el interior de algunos edificios da fe de ello.
Pero llevaba semanas preparándose y estaba bien financiada, en el sentido de que se pagaron cientos de autobuses para llevar a los partidarios de Bolsonaro a la capital. Y el objetivo expreso de muchos manifestantes era la intervención militar. Así que, en ese sentido, se parece más a un intento de golpe de Estado.
¿Qué nos dice el atentado sobre la democracia en Brasil?
Brasil ha estado en una encrucijada. La presidencia de Bolsonaro vio cómo el país retrocedía en democracia, a medida que la confianza en las instituciones se erosionaba bajo el ataque del propio presidente y a través de escándalos de corrupción. Y casi la mitad del país votó por él a pesar de su historial contra la democracia. Pero la elección de Lula parece indicar que aún son más los que quieren reconstruir las instituciones democráticas en el país tras cuatro años de ataque de Bolsonaro.
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Así que esto podría ser un punto de inflexión. Los medios de comunicación brasileños han denunciado enérgicamente las acciones de los manifestantes. En los próximos días y semanas se investigará lo sucedido, y es de esperar que se depuren responsabilidades. Lo que será clave es la capacidad de Lula para hacer frente a los elementos antidemocráticos entre los militares.
¿Son válidas las comparaciones con el atentado del 6 de enero en el Capitolio de Estados Unidos?
El trumpismo y el bolsonarismo comparten una narrativa de elecciones robadas, con partidarios procedentes de la derecha que apoyan temas como el derecho a portar armas y las estructuras familiares tradicionales.
Una diferencia importante es el papel de los militares. Aunque antiguos miembros del ejército estuvieron presentes en el ataque del 6 de enero al Capitolio de Estados Unidos, altos cargos militares estadounidenses lo condenaron. En Estados Unidos tampoco se pretendía una intervención militar, a diferencia del ataque del 8 de enero en Brasilia.
Pero hay claros paralelismos: en ambos casos vimos a grupos e individuos poderosos de extrema derecha que se negaban a aceptar el rumbo de un país e intentaban asaltar las instituciones de poder.
Ahora me pregunto si también habrá paralelismos en lo que suceda tras el atentado.
En Estados Unidos, las autoridades han hecho un buen trabajo castigando a muchos de los implicados. No estoy seguro de que vayamos a ver lo mismo en Brasil, ya que es posible que tengan que enfrentarse a grupos poderosos dentro de las fuerzas militares y policiales de todo el país. Así pues, los actores democráticos de dentro y fuera del país serán esenciales para apoyar la tarea de defender la democracia en Brasil.
Rafael R. Ioris does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.
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