La lucha contra la Covid-19 es una guerra y una guerra con características muy singulares:
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Son dos las especies combatientes: los humanos y el SARS-CoV-2.
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Abarca todo el planeta y no hay trinchera segura para nadie.
Se trata, pues, de una guerra diferente, incierta, larga y difícil. Aunque las vacunas suponen un seguro de que, a largo plazo, ganaremos, el campo de batalla se hace resbaladizo por la necesidad de redefinir la estrategia continuamente. El enemigo no se ve, es escurridizo y, además, con capacidad mutante. La guerra cuerpo a cuerpo, donde las variables pueden estar más o menos controladas, se ha sustituido por la guerra dentro del cuerpo, donde aún no sabemos exactamente cómo actúa el virus. Las viejas armas de fuego han quedado obsoletas. Ahora son de investigación y conocimiento, de tesón científico y de ingenio biotecnológico.
Pero no todo es novedoso en esta contienda. Las tipologías de los actores que intervienen siguen siendo exactamente las mismas. Desde Atapuerca, los papeles a representar en las guerras permanecen inalterables a lo largo del tiempo.
Quién es quién
Analicemos quién es quién en este combate:
1. La tropa. Salvo grupos muy puntuales y poco representativos, en general la ciudadanía está siendo modélica en cuanto al respeto de las normas y la aceptación de las restricciones de las libertades y prohibiciones. Para no haber tenido adiestramiento previo, la disciplina ciudadana está resultando absolutamente ejemplar. Ningún pero por aquí.
2. Los esenciales. Desde los trabajadores de los hospitales hasta los responsables de los suministros alimenticios, pasando por las fuerzas de seguridad del estado o los profesores, todos sacan adelante sus respectivas tareas con un esfuerzo impagable y un sentido de la responsabilidad extraordinario. Todo funciona. Aquí tampoco hay nada que objetar.
3. Los héroes. Reconocidos y ensalzados por todos, científicos, médicos y sanitarios han actuado y continúan haciéndolo con una profesionalidad, vocación, dedicación y tesón espectaculares. Ejemplo para todos. Modelos a seguir. Héroes sociales. Por supuesto, nada que objetar y mucho que aplaudir.
4. El Estado Mayor. Los mandos. Aquí todo cambia. Salvo excepciones muy contadas, la gestión de la pandemia está siendo deficiente. Siento ser drástica en mis afirmaciones pero somos muchos a los que nuestro sentido del deber y de arrimar el hombro en la causa común no nos nubla la capacidad crítica. Se están cometido errores de bulto y de consecuencias dramáticas porque la gente muere y, a la hora de morirse, da igual que sea por fuego amigo. Véanse algunos ejemplos:
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Las acciones contradictorias en la vacunación. Está absolutamente claro y meridiano que las vacunas son efectivas, imprescindibles y la única solución para parar esta debacle. Se está muchísimo más seguro vacunado que sin vacunar y ésa debe ser la única consigna que se haga llegar a la población. No puede ser que las autoridades científicas insistan al unísono en ello mientras que algunas políticas generen desconcierto jugando al ahora sí, ahora no. Una cosa es anteponer el principio de prudencia al de eficacia (como hacen las autoridades sanitarias) y otra priorizar la rentabilidad electoral ninguneándolas a ambas.
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Las normativas arbitrarias. No se entiende que lo que hoy es cuestión de estado y de alarma nacional, mañana sea decisión al libre albedrío de las comunidades autónomas. Tampoco se entiende que Europa suspenda los contratos de compra de vacunas que la Agencia Europea del Medicamento aprobó días atrás o que cada país imponga una normativa sanitaria diferente. El virus no entiende de fronteras ni de ideologías políticas.
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La permisividad con los comportamientos mediáticos. Aunque en la mayoría de los programas televisivos se respetan las medidas de seguridad, muchos contemplamos estupefactos otros donde la gente se abraza, se besa y no se mantiene distancia alguna. El espectador no entiende cómo se justifican estos comportamientos irresponsables por el hecho de adjuntar un ridículo letrerito al pie de que los participantes se han sometido a una prueba de antígenos. Incluso en el propio Congreso de los Diputados no se percibe separación de metro y medio entre los asistentes ni por asomo. Sus señorías, que son los primeros que deberían dar ejemplo, parecen saltarse las normas que ellos mismos promulgan como si al virus le intimidaran sus credenciales políticas. No parecen haber entendido que la ciencia es una, internacional, objetiva, transparente y libre de ideologías.
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La comunicación y divulgación científica oficial. Es deficiente y contradictoria. Las universidades están llenas de magníficos profesionales capaces de trazar ideas claras, precisas y definidas para informar a la población. Pero claro, en ese caso se difundirían conceptos científicos, no consignas políticas y eso no está dispuesto a contratarlo ningún partido.
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Pero lo incomprensible es que los que toman las decisiones en estas circunstancias tan delicadas, en su inmensa mayoría, no tengan formación sobre lo que es un virus, un anticuerpo o una vacuna. Y no vale la excusa de los asesores (suponiendo que existan). Al menos, los ministros de sanidad (o equivalente en otros países) tendrían que tener un mínimo de formación científica y biosanitaria. Nunca ha tenido lógica que los que dirigen estén menos cualificados que los dirigidos pero, en estas circunstancias, mucho menos.
5. El tonto útil. Después de visionar la entrevista de Évole a Bosé resulta realmente patético contemplar la falta de argumentación, las contradicciones, las ridiculeces expresadas con unos aspavientos gesticulares de iluminado que ha recibido la gran revelación. Es penosamente grotesco oír falacias conspiranoicas que no denotan más que una ignorancia supina de los conceptos biológicos más basales. Les aseguro que soy una defensora absoluta de la libertad de expresión, que respeto todo tipo de opiniones y pensamientos, que disfruto como una mona visitando el speakers’ corner cuando voy por Londres pero… ver a una estrella venida a menos haciendo esos esfuerzos por conseguir audiencia es muy duro. No me preocupa científicamente (no creo que los que lo secunden alcancen una mínima significación estadística). Me da vergüenza ajena.
A. Victoria de Andrés Fernández does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organization that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.
The Conversation. Rigor académico, oficio periodístico
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