Marina Lobo lo dijo sin rodeos: lo que pasó ayer en Madrid fue histórico. Mientras el mundo miraba para otro lado, la última etapa de La Vuelta a España se detuvo en seco por las protestas masivas contra el genocidio en Gaza. Una marea ciudadana colapsó el corazón de Madrid, tumbó vallas y obligó a parar la carrera para que el blanqueo deportivo no tapara más asesinatos.
📹 Aquí puede verse el vídeo completo con el análisis de Marina: https://youtu.be/t54CbK-_Dz4
LA VERGÜENZA ERA CALLAR
Mientras en Gaza se siguen contando cadáveres de niños, la organización de la Vuelta decidió invitar al equipo Israel-Premier Tech como si nada pasara. Y mientras Isabel Díaz Ayuso sonreía para la foto junto a ellos, cientos de miles de personas ocuparon el centro de Madrid, derribaron vallas, colapsaron Gran Vía y obligaron a parar la carrera.
El espectáculo deportivo se convirtió en un escaparate de dignidad. Y el intento de blanqueo del genocidio, en un boomerang.
El alcalde José Luis Martínez-Almeida habló de “vergüenza nacional”. Como si fuera más escandaloso parar una carrera ciclista que dejar morir de hambre a un pueblo entero. Como si los canapés que no pudo repartir pesaran más que los 60.000 asesinados en Gaza.
Ayuso, por su parte, acusó a Pedro Sánchez de “azuzar el odio” mientras ella misma se fotografiaba con el equipo del país que bombardea hospitales y bloquea ayuda humanitaria.
Resulta casi cómico: hace meses llamaban “terroristas de ETA” a unas decenas de manifestantes en Bilbao. Ahora, ante una marea humana en Madrid, rebajan el tono, intentan distinguir entre “violentos” y “pacíficos” para no perder votos.
La derecha no entiende nada: no fue Pedro Sánchez quien convocó esta movilización, fue la conciencia. Fue el hartazgo de ver cómo Europa aplaude a un Estado genocida mientras finge neutralidad.
UN PUEBLO QUE DESPERTÓ
Las autoridades decían que eran “cuatro gatos”. Pero esos cuatro gatos hicieron historia.
Esta protesta no salió de la nada: lleva meses gestándose en barrios, en colectivos, en plataformas, en asambleas vecinales, en redes. Cada bandera palestina colgada de un balcón, cada flotilla rumbo a Gaza, cada concentración ignorada por los medios construyó este estallido.
Y eso es lo que más les asusta: que la ciudadanía descubra su propio poder. Porque cuando cientos de miles ocupan el centro de la capital, no puedes llamarlos locos. No puedes esconderlos bajo la alfombra. No puedes seguir fingiendo que no existen.
Lo ocurrido ayer en Madrid no fue un bochorno. Fue un orgullo.
Un país gritó que ninguna competición vale más que una vida humana.
Que no habrá deporte-espectáculo que tape un genocidio.
Que Palestina no está sola.
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