Cuando envejecemos solemos perder nuestra capacidad del sentido del gusto y el olfato, a la vez que tenemos más dificultad para masticar. Todo esto puede causar una disminución del apetito.
Si además tenemos en cuenta otros cambios psicológicos y sociales que nos suceden con la vejez, como vivir en soledad, sentirse deprimido o perder poder adquisitivo, hay un mayor riesgo de que la calidad y la cantidad de comida ingerida se vean comprometidas.
Otros cambios a nivel fisiológico que acompañan al envejecimiento, como una disminución de la elasticidad en las paredes del estómago, el sobrecrecimiento bacteriano, otras enfermedades comunes como la gastritis atrófica y hasta el uso de medicación, pueden comprometer también la ingesta y absorción de nutrientes.
De ahí que el riesgo de sufrir desnutrición crezca al envejecer.
¿Qué es la desnutrición?
Las diferentes instituciones internacionales especializadas en nutrición (como la European Society for Clinical Nutrition and Metabolim (ESPEN), describen la desnutrición (o malnutrición) en personas mayores como los desequilibrios en la ingesta calórica y la carencia de nutrientes desarrollada a partir de alguna enfermedad (con o sin inflamación). Pero también abarca situaciones de hambre por otros motivos socioeconómicos o psicológicos.
En cifras, la cantidad de personas con desnutrición en Europa supone 2,1 % en aquellas personas con una vida autónoma, y suben hasta el 26,5 % las que están en riesgo de desnutrición. Como es de esperar, el número de aquellos mayores con desnutrición que tienen ayuda en casa es menor (un 8 %) que el de quienes están en residencias u hospitales (22 % y casi 29 % respectivamente).
La desnutrición nos hace enfermar
La desnutrición en personas mayores tiene graves consecuencias. Fundamentalmente debilita el sistema inmunitario, aumenta el deterioro cognitivo y fomenta enfermedades crónicas graves (osteoporosis, sarcopenia o fragilidad, entre otras). De hecho, en un estudio observamos que aquellas personas mayores que no tienen fragilidad, cuando están en riesgo de desnutrición tienen más probabilidades de desarrollar fragilidad comparado con aquellas que están bien nutridas.
La desnutrición parece debilitar la capacidad funcional de la persona y aumenta su riesgo de ser dependiente, impidiendo que pueda realizar lo que es importante para ella.
Existen diferencias en el consumo de nutrientes entre las personas mayores sin fragilidad que están bien nutridas y las que están en riesgo de desnutrición. Esto nos pueden estar dando una pista sobre los nutrientes que hacen que perdamos capacidad funcional y desarrollemos fragilidad cuando envejecemos.
Concretamente, la salud empeora con un mayor consumo de alcohol y un menor consumo de proteínas y otros nutrientes como la vitamina D o el magnesio, implicados en la síntesis proteica, el mantenimiento muscular y el sistema inmune.
Además, si no nos nutrimos bien se reduce la ingesta de otras sustancias implicadas en procesos de inflamación y oxidación, como la vitamina C o el omega-3. Y también de otras involucradas en la circulación, como las vitaminas del grupo B. Según apuntan otros estudios, todos estos nutrientes parecen estar implicados igualmente en la sarcopenia –pérdida muscular– y la fragilidad, por lo que podrían suponer una piedra angular de distintos síndromes que nos afectan al envejecer.
Más proteínas y ejercicio
Uno de los principales tratamientos frente a la desnutrición es asegurar que comemos suficientes y variados alimentos, tanto en términos de energía, como de proteínas y de otros nutrientes. Sin embargo, el ejercicio podría ser también útil. La actividad física aumenta la masa muscular, disminuye la inflamación y, además, puede aumentar el apetito. Por ello, es muy importante comprender como interaccionan la nutrición y el ejercicio, porque puede ayudar a entender que ocurre con el envejecimiento.
Algunas de nuestras investigaciones ya han observado la influencia de ciertos nutrientes en los efectos que tiene el ejercicio multicomponente sobre la grasa corporal o en la salud ósea. Concretamente, un aumento del consumo de alcohol y de vitamina A podría interferir en la salud del hueso en estas personas que entrenan. Por el contrario, los ácidos grasos poliinsaturados y la vitamina D, facilitan que el hueso mejore tras un periodo de entrenamiento.
Sin embargo, queda mucho por investigar acerca de este tándem alimentación-ejercicio y sobre las posibilidades de intervención que se abren tras esos resultados.
Qué deben comer los mayores
En primer lugar, se debe evitar el alcohol y asegurar que en todas las comidas aparecen fuentes proteicas como la carne, el pescado o el huevo, que pueden ayudar a alcanzar las ingestas recomendadas de proteína. Sin olvidar las legumbres que, además de aportar proteínas, ayudan a cubrir las recomendaciones de otras vitaminas y minerales.
Además, es importante fomentar el consumo de pescados azules y la utilización de grasas saludables como el aceite de oliva para ayudar a disminuir un posible estado inflamatorio.
Sin olvidar que moverse o incluso entrenar puede marcar la diferencia, y que las instituciones deberían involucrarse en prevenir la desnutrición y los problemas derivados de ella.
German Vicente-Rodriguez recibe fondos de “Ministerio de Economía, Industria y Competitividad” (DEP2016-78309-R) and “Centro Universitario de la Defensa de Zaragoza” (UZCUD2017-BIO-01), Biomedical Research Networking Centre on Frailty and Healthy Aging (CIBERFES) and FEDER funds from the European Union (CB16/10/00477).
[email protected] recibe fondos de “Ministerio de Economía, Industria y Competitividad” (DEP2016-78309-R) and “Centro Universitario de la Defensa de Zaragoza” (UZCUD2017-BIO-01), Biomedical Research Networking Centre on Frailty and Healthy Aging (CIBERFES) and FEDER funds from the European Union (CB16/10/00477).Contrato formación predoctoral Gobierno de Aragón (2017-2021).
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