
En la estación de Moncloa (Madrid) hay entre cuatro y seis minutos desde la dársena donde cojo el autobús 627 hasta el baño. Trato de salir de casa al menos diez minutos antes por si necesito pasar por el aseo antes de subir al bus en el que estoy unos cuarenta minutos hasta llegar a mi puesto de trabajo. Cuarenta minutos en los que, si estás con un brote de colitis ulcerosa, te preguntas si conseguirás aguantar.
El suelo del baño del intercambiador de Moncloa está pegajoso. El interior de la instalación siempre huele mal, no suele tener papel higiénico y la taza suele estar goteada de pis (cuando no de algo peor).
Seguro que a todos nos resulta familiar esta experiencia. Porque todos, en mayor o menor medida, hacemos uso de los baños públicos. A veces intentamos evitarlos porque, a decir verdad, están bastante lejos de ofrecer el mismo confort y bienestar que nos proporciona el hogar. Más bien suelen ser entornos hostiles e inadecuados para nuestras necesidades. Incluso suponen un problema de salud pública que a menudo queda olvidado. Sin ir más lejos, algunos estudios encuentran que postergar el uso de baños públicos por ser inadecuados para su uso está relacionado con el desarrollo de problemas de vejiga en mujeres.
No obstante, pese a su importancia, hasta ahora no se había estudiado qué elementos determinan que valoremos un baño público de forma positiva o negativa. Para subsanarlo, investigadores de la Universidad Camilo José Cela y la Universidad de Zaragoza pusimos en marcha un estudio para identificar qué aspectos determinan que un aseo público sea considerado adecuado (o todo lo contrario).
Intimidad, higiene y usabilidad, las tres prioridades
Para llevar a cabo la investigación acudimos a quienes, por el uso habitual, son expertos en baños públicos: pacientes de enfermedades inflamatorias intestinales tales como la enfermedad de Crohn, la colitis ulcerosa o el síndrome de colon irritable. No hay que perder de vista que estos enfermos crónicos no tienen la opción de retrasar voluntariamente el uso del baño, por lo que hacen un uso (obligado) frecuente de estos aseos.
En las conversaciones con ellos detectamos varios aspectos que aparecían de manera reiterada al hablar sobre sus preocupaciones relativas a baños públicos, así como en las descripciones de las instalaciones satisfactorias e insatisfactorias. “Si no hay papel, literalmente siento que no puedo usar ese baño y me da mucha ansiedad. También que no huela asquerosamente mal porque es muy desagradable estar en un entorno así, te recuerda que hay algo malo contigo”, nos comentaba una de las pacientes entrevistada para nuestra investigación.
En esencia, todos coincidían en la importancia de que el aseo ofrezca intimidad (por ejemplo, que tenga pestillos y esté alejado de una zona con mucha gente), que sea higiénico, que tenga todos los elementos para ser usado (como un perchero o papel higiénico) y que sea fácil desenvolverse en él (usabilidad). Por eso los temas recurrentes se agruparon bajo tres etiquetas: privacidad, limpieza o higiene y usabilidad.
Además, los resultados también indicaron que las personas dependientes de baños públicos valoran más la privacidad y la limpieza que las personas que no lo son. Eso sí, no se encontraron diferencias en cuanto a la usabilidad. Quizás porque las personas dependientes, hasta cierto punto, pueden compensar la falta de usabilidad llevando consigo algunos elementos que suelen fallar (como la disponibilidad de papel higiénico) y que ya prevén con anterioridad al ser usuarios asiduos.
Otra cuestión que observamos es la brecha de género en los tres elementos de la escala. De acuerdo con los datos, las mujeres suelen valorar más la intimidad, la higiene y la usabilidad que los hombres. Este hecho podría sacar a relucir que, como se ha puesto de manifiesto en otros estudios, los baños públicos no están correctamente adaptados a sus necesidades. “Que tenga todo lo que necesito, percherito, su jabón, su papel, sus cosas como toca. Y que te metas y no parezca el baño de una estación… Que parezca algo que cuidan o que le importa a alguien” nos contaba una chica durante una de las entrevistas.
Más expectativas, más decepción
Otro hallazgo destacable es que, en términos generales, la gente que valora más los diferentes elementos de los baños públicos también tiene peores expectativas acerca de los mismos. Así, suelen considerar con más frecuencia que los baños públicos son lugares sucios e incómodos cuyo uso les genera ansiedad. Además, cuanto más alta es la valoración personal, más tratan de evitar su uso.
Este estudio es el primero en aportar algo de luz a qué consideramos un buen baño público. Y la respuesta a esta pregunta puede repercutir en cómo pensamos y diseñamos estas instalaciones. Repensar los baños públicos no solo tendría beneficios para las personas dependientes, sino también para otros grupos poblacionales, como el de las mujeres.
Usemos la ciencia para construir un buen lugar público para un acto sumamente privado.
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Guido Corradi recibe fondos de la Universidad Camilo José Cela.
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