No es fácil ver a un dirigente de un determinado partido político dar la razón a alguien de otro partido. Más aún cuando el debate es entre contrincantes que se definen como de izquierdas o de derechas. Desafortunadamente, ya nos hemos acostumbrado a escuchar cómo los mismos argumentos pueden ser defendidos o atacados por unos u otros políticos según sus intereses. Y no es que nuestros dirigentes no sean inteligentes –quizás algunos están en duda–. Lo que sí podríamos poner en duda es su capacidad de ser razonables.
José Ortega y Gasset, uno de los filósofos e intelectuales españoles más influyentes del pasado siglo, dijo: “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral”. Aunque podamos estar de acuerdo con don José, vamos a no ser tan severos, pues quizá entonces pecaríamos de ser nosotros los poco razonables.
Se puede ser inteligente y poco razonable, o todo lo contrario
Keith Stanovich, psicólogo de la Universidad de Toronto (Canadá), ha dedicado una buena parte de su vida académica a desarrollar una prueba que permite medir la racionalidad, del mismo modo que hay cuestionarios que, a través del cociente intelectual, miden nuestra inteligencia.
Con esta prueba, denominada “Evaluación exhaustiva del pensamiento racional”, Stanovich ha demostrado que la inteligencia no está estadísticamente correlacionada con la racionalidad. En otras palabras: se puede ser muy inteligente y, a la vez, actuar de modo muy poco racional. O, al contrario, personas con bajo coeficiente intelectual pueden obrar muy razonablemente.
En una entrevista reciente, Stanovich pone como ejemplo a los antivacunas que, mediante argumentos basados en el miedo y las conspiraciones, sin duda llegan a influir en padres e incluso en profesionales de la salud, siempre con informaciones falsas, y no revisando e ignorando las fuentes científicas. Entre ellos incluso se encuentra un premio Nobel, cuya inteligencia nadie pone en duda. Eso sí, muy razonable no parece ser.
En mayor o menor medida, todos tenemos una idea aproximada lo que es ser razonable. Sin embargo, dar respuesta a la pregunta “¿qué es la razón?” no resulta nada fácil y es uno de los grandes temas de debate filosófico.
En este sentido, hoy día se admite que no hay un único tipo de racionalidad, sino que podemos hablar de una racionalidad cognitiva, como la científica, y de racionalidad práctica. En este segundo tipo de racionalidad podemos, a su vez, encontrar la racionalidad técnica y la estratégica. En definitiva, la racionalidad se presenta como un concepto plural con distintos significados según el contexto social, económico, administrativo y político.
Qué nos dice la neurociencia sobre ser, o no, razonable
Nuestras emociones juegan un papel fundamental en mantenernos fieles a lo que creemos, y nos llevan a defender y argumentar de un modo que, aparentemente, parece de lo más razonable. Sobre todo, tal y como comentamos al comienzo de este artículo, si se trata de asuntos políticos.
En un interesante estudio, un grupo de investigadores californianos demostró la existencia de un mecanismo neural que gobierna el comportamiento que nos hace ser firmes en nuestra ideología pese a constatar hechos que contradigan nuestras creencias. Se basa en la denominada red neuronal por defecto (default mode network), la red principal y más importante para el funcionamiento del cerebro, y de la que ya hablamos en otro artículo en The Conversation por su importancia para desconectar y descansar.
Los principales resultados del trabajo indicaron que, ante argumentos que retan a nuestra ideología, se activan áreas del cerebro que nos llevan, a través de la red neuronal por defecto, a nuestro mundo interior y nos desconectan de la realidad externa. Además, demostraron que las personas capaces de cambiar su forma de pensar muestran menos actividad en la amígdala y en la ínsula, estructuras cerebrales bien conocidas por su implicación en la regulación de las emociones y los sentimientos.
Es decir, las emociones juegan un papel crucial para mantenernos firmes en nuestras creencias. Además, las estructuras nerviosas relacionadas, que a su vez están implicadas en mantener la integridad y el equilibrio fisiológico de nuestro organismo, se activan para proteger nuestra vida mental y nuestra identidad, claramente apoyada en nuestra ideología.
Un poco de mates –y cine– para la cooperación
¿Quién no ha visto la película “Una mente maravillosa”, en la que el actor Russell Crowe protagoniza al matemático John F. Nash, premio Nobel en economía por el desarrollo de la Teoría de Juegos y su aplicación en la economía?
En esta teoría matemática los juegos no son de azar, sino que se refieren a situaciones y conflictos en los que hay que tomar decisiones para tratar de obtener beneficios, o salir perjudicado, según actuemos o lo hagan otras personas implicadas. Nash, entre sus grandes aportaciones en este campo, introdujo la distinción entre los juegos cooperativos, en los cuales se puede llegar a acuerdos vinculantes, y los no cooperativos, en los cuales no son posibles estos acuerdos.
Si bien es muy conocida la aplicación de la teoría de juegos en la resolución de dilemas sociales y económicos (léase el interesante artículo de Francisca Jiménez, compañera de la UJA), no lo es tanto en política. Y eso a pesar del papel que juega en las votaciones, en la formación de coaliciones, en las preferencias de grupo y, en general, en las negociaciones y en la resolución de conflictos.
La teoría de juegos, también para su aplicación en política, se basa en tres condiciones principales: racionalidad, maximización del interés e interdependencia. No obstante, y a la vista de la realidad en la que vivimos, y de muchas de las decisiones políticas que nos afectan, bien nos vendría que efectivamente se aplicasen estas mates por parte de quienes nos gobiernan.
En cuanto al asunto de lo razonable, tal y como dijo Barack Obama en su toma de posesión, “No podemos confundir absolutismo con principios, o sustituir espectáculo por política, o tratar los insultos como un debate razonable. Tenemos que actuar, sabiendo que nuestro trabajo será imperfecto”.
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