27 Sep 2024

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Opinión | Aquí tampoco queremos que Felipe VI vaya a México
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Opinión | Aquí tampoco queremos que Felipe VI vaya a México 

Felipe VI, como sus predecesores, no representa a la España moderna. Preferimos una España que se mire en el espejo de la democracia y la igualdad, no una que siga siendo cautiva de una institución anacrónica que perpetúa privilegios injustificados.

España eleva una protesta formal ante México por el veto a Felipe VI en la toma de posesión de Claudia Sheinbaum. La reacción, además de innecesaria, revela un apego institucional a una figura que no representa ni los valores democráticos ni el sentir de gran parte de la ciudadanía.

EL LAMENTO MONÁRQUICO: UNA PROTESTA VACÍA

El gobierno español, en un gesto que parece anacrónico, ha manifestado su “inaceptable” desacuerdo con la decisión de México de no invitar a Felipe VI a la toma de posesión de la primera mujer presidenta del país. La monarquía española, encabezada por una figura hereditaria no elegida por el pueblo, sigue siendo presentada como representante legítima de España en actos internacionales. Pero, ¿qué legitimidad puede ostentar un monarca que, en pleno siglo XXI, sigue ejerciendo una representación puramente simbólica y sin ningún respaldo electoral?

Es evidente que la decisión de México no es solo un rechazo a Felipe VI, sino una declaración de principios. Un país que sufrió los estragos de la colonización española decide no invitar al heredero de esa dinastía que, aunque pretenda mostrarse desligada de los crímenes del pasado, no ha hecho el menor gesto para reconocer su responsabilidad histórica. En este sentido, México da una lección de dignidad al recordar que la historia no puede ser borrada ni minimizada con la presencia de un monarca que representa una institución impuesta y antidemocrática.

Mientras el gobierno de Pedro Sánchez, por boca del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, clama por la supuesta exclusión del jefe de Estado, una buena parte de la ciudadanía española observa con indiferencia e incluso satisfacción la ausencia del rey. Al fin y al cabo, la monarquía es una reliquia de un pasado que no corresponde con los ideales democráticos que muchos defendemos. ¿Realmente nos importa que Felipe VI no esté presente en una toma de posesión? No, en absoluto. Preferimos que no se pasee por los escenarios internacionales como si fuera un símbolo de unidad y progreso. Nadie lo eligió, salvo Franco, el dictador que reinstauró la monarquía en un país que, si de voluntad popular se tratara, habría optado por una república hace décadas.

LA MONARQUÍA Y SU DESCONEXIÓN CON LOS VALORES DEMOCRÁTICOS

La insistencia del gobierno español en defender la presencia del rey en este tipo de eventos internacionales solo refuerza la imagen de una monarquía que sigue anclada en una visión elitista y desfasada. Felipe VI no representa a la ciudadanía española, por mucho que desde el poder se empeñen en que lo haga. Su presencia en actos oficiales como la toma de posesión de un presidente o presidenta extranjera es puramente protocolaria, una muestra de una institución vacía de contenido democrático que aún conserva privilegios por inercia histórica.

La exclusión de Felipe VI por parte de México no debería ser vista como un insulto a España, sino como un ejercicio de coherencia. Es hora de que dejemos de aferrarnos a una institución que no tiene lugar en un mundo verdaderamente democrático. La monarquía, en su esencia, perpetúa la idea de una casta privilegiada que ocupa un lugar de poder sin haber sido elegida por el pueblo. No es un símbolo de unidad, ni mucho menos de progreso. Es, más bien, una sombra del pasado que sigue proyectándose sobre nuestro presente.

El propio Pedro Sánchez, en su intento por mantener la figura del rey como representante de España, parece olvidar que su partido, el PSOE, tiene raíces profundamente republicanas. ¿Hasta cuándo se sostendrá esta contradicción? Resulta lamentable que un gobierno que se define como progresista y que ha intentado, al menos en teoría, avanzar hacia una mayor justicia social, siga defendiendo a una monarquía que simboliza todo lo contrario: los privilegios heredados, la desigualdad estructural y la desconexión con la realidad política y social del siglo XXI.

México, al rechazar la presencia de Felipe VI, ha dado un paso firme en la reivindicación de su soberanía histórica y democrática. España, en cambio, al protestar por esta decisión, ha demostrado una vez más su apego a un sistema monárquico que no tiene cabida en un proyecto verdaderamente democrático. Es irónico que quienes critican la ausencia del rey en la toma de posesión de Claudia Sheinbaum hablen de “falta de respeto” cuando lo verdaderamente irrespetuoso es seguir sosteniendo una institución que no ha rendido cuentas por su pasado colonial ni ha sido refrendada por el pueblo español.

En lugar de lamentarnos por la no invitación del rey, deberíamos aprovechar esta oportunidad para reflexionar sobre lo que realmente significa la monarquía en nuestra sociedad actual. ¿Qué aporta Felipe VI a la democracia española? ¿Qué beneficios obtiene el pueblo de su presencia en actos internacionales? La respuesta es simple: ninguno. La monarquía es una figura decorativa, una reliquia de tiempos pasados que se ha mantenido viva gracias a una inercia histórica y a la falta de un verdadero debate sobre su continuidad.

Felipe VI, como sus predecesores, no representa a la España moderna. Preferimos una España que se mire en el espejo de la democracia y la igualdad, no una que siga siendo cautiva de una institución anacrónica que perpetúa privilegios injustificados.

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