El conflicto colombiano es tan popular como complejo. Además, el estudio empírico de las formas de reclutamiento y de los procesos de radicalización violenta hacia los diferentes grupos armados, principalmente las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), no ha estado exento de dificultades. Algunos académicos incluso han planteado que la noción de radicalización violenta no sirve para ese contexto, puesto que la incorporación a los grupos armados sería el resultado de un reclutamiento forzado o forzoso.
Sin embargo, quienes se han acercado al conflicto desde enfoques etnometodológicos plantean un panorama distinto. Aseguran que, aunque pudiera haber casos de reclutamiento forzoso, gran parte de los jóvenes que se unían a las FARC, al menos en las últimas etapas, lo hacían por la convicción de que la lucha armada era la única vía que les quedaba a los campesinos para reivindicar sus derechos, especialmente los relacionados con el uso de la tierra. Incluso, intentan desmitificar la noción de que quienes se unen a las FARC lo hacían por una expectativa económica. No niegan la adquisición de estatus como elemento motivacional para algunos jóvenes, especialmente frente a los no campesinos, pero rechazan la tesis de la oportunidad económica.
Al analizar el proceso de adhesión al otro grupo guerrillero más popular de Colombia, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), de naturaleza eminentemente urbana, suele haber más apertura para aplicar la noción de radicalización violenta. Según el Center for Internacional Cooperation and Security (CICS) de la Universidad de Standford, sus orígenes, vinculados a movimientos estudiantiles y religiosos, así como algunos de sus fundadores y líderes históricos, han hecho que se le considere un grupo altamente ideologizado que combinaría el marxismo-leninismo y la teología de la liberación. En cuanto al perfil de los militantes, con el tiempo ha ido cambiando. De tener una militancia estudiantil, sindical y religiosa, ha pasado a engrosar sus filas explotando dos canteras: la ola de refugiados venezolanos y disidentes de las FARC.
Las vías de adhesión
Tras esta breve exploración de las FARC y el ELN de Colombia, se aplicará al caso la teoría esbozada en Violencia, política y religión: una teoría general de la radicalización violenta. Aunque el perfil de los militantes de estas dos organizaciones y las sendas que han conducido a las personas a unirse a las mismas sigue siendo un tema que requiere mayor estudio empírico, se podrían tipificar las supuestas vías de adhesión de la siguiente forma: captaciones forzosas, la convicción de que la lucha armada es la única vía para reivindicar los derechos campesinos, defender a los pobres con armas aduciendo interpretaciones religiosas, la búsqueda de incentivos económicos, deseo de estatus, lograr la justicia social mediante la lucha revolucionaria y encontrar sentido a través del activismo juvenil.
Estructura moral
Tal como se puede observar, menos en el caso del reclutamiento forzoso, donde no existiría un acto voluntario de radicalización, los otros pueden desglosarse a la luz de las nociones de estructura moral y de comunidad de propósito.
En cuanto a la estructura moral, esta tiene diferentes componentes que operan de forma sincrónica y sofisticada: conceptos, pautas de comportamiento, competencias de control emocional, motivaciones que dan dirección al propósito, análisis de las consecuencias de diferentes opciones, lenguaje.
En relación a los conceptos, en todos los casos señalados habría algunas nociones que se han interiorizado. Considerar que la lucha armada es la única vía para defender los derechos campesinos, por ejemplo, es una concepción. Asimismo, la adopción del marxismo-leninismo revolucionario como ideología política o acercarse, doctrinalmente desde una perspectiva religiosa, a la teología de la liberación (que incluye el uso de la violencia con fines políticos) implicaría también la interiorización de conceptos. Incluso quien se une a las FARC por incentivos económicos mantiene un concepto, aunque implícito, de que cualquier trabajo, aunque entrañe daño a otros y uso de la violencia, es legítimo, puesto que la búsqueda de la subsistencia individual y familiar sería un fin para el que todos los medios estarían justificados.
Algo similar puede decirse de quien busca estatus o protección uniéndose a la guerrilla: todo vale, con tal de tener reconocimiento y protección y de ganarse el respeto.
Las pautas de comportamiento, sentimiento y pensamiento, interiorizadas mediante procesos de socialización, también jugarían un papel importante, puesto que un número mucho más grande de personas que de militantes mantendría convicciones similares a las anteriores, pero un porcentaje muy pequeño decide dar el paso de la acción violenta. Aquí, quienes han experimentado procesos de mayor violencia (intrafamiliar, entrenamiento de artes marciales o militar, criminalidad) o tienen familiares, amigos y vecinos previamente radicalizados con quienes mantienen lazos estrechos, tendrían mayor probabilidad de dar el paso. Para ellos, la violencia no solo está justificada, sino que es familiar y saben ejercerla.
Las competencias de control emocional, la capacidad de analizar las consecuencias de diferentes cauces de acción y la posesión de un lenguaje rico para poder reflexionar con profundidad también son esenciales. Quienes no pueden controlar sus emociones, especialmente la ira, son menos introspectivos y tienen menos recursos cognitivos para reflexionar, dan el paso con mayor facilidad ante circunstancias similares. Los jóvenes estudiantes, por ejemplo, que sienten un resentimiento abstracto ante un enemigo idealizado (demonizado) son más vulnerables, sobre todo cuando no tienen conceptos o valores fuertes que deslegitiman el uso de la violencia.
Vinculación a una comunidad de propósito
En un segundo nivel se puede identificar con claridad también el papel que juega la vinculación a una comunidad de propósito. La radicalización hacia los grupos guerrilleros de Colombia no se produce en un vacío relacional, sino que acontece en grupo. La individualización de la vida colectiva y el desarraigo es más fuerte en los núcleos urbanos que en los rurales de Colombia. Por ello, los movimientos estudiantiles, sindicalistas y religiosos son una cantera importante para generar identidad y propósito y entrenarse en las dinámicas de la acción colectiva.
Los grupos radicalizados, además, proporcionan un entorno de mayor cohesión interior y sensación de solidaridad. La individualidad se difumina. Por ello, quienes adoptan una estructura moral más proclive a la violencia, cuando encuentran un grupo al que integrarse, canalizan más fácilmente su deseo de acción. Asimismo, la pertenencia a estos grupos moldea la estructura moral para legitimar la acción violenta. Los jóvenes, que se encuentran en una disponibilidad biográfica que favorece el activismo, por carecer de otros compromisos conyugales y familiares, son más fáciles de captar que los adultos con familia.
Quienes viven en entornos rurales suelen estar más arraigados e integrados en comunidades. Por ello, los grupos guerrilleros adoptan una narrativa que conecta con esa realidad. Ellos plantean ser los únicos verdaderos defensores de la comunidad. Estas referencias se acercan a las de los grupos yihadistas, cuando sostienen que actúan en nombre de la Umma imaginaria, de la comunidad de fieles transnacional.
Por ello, unirse a un grupo guerrillero desde una zona rural campesina también se relaciona con la inclusión dentro de una comunidad de propósito de la que extraer sentido, entrenamiento, reconocimiento, fuerza e identidad. De hecho, las zonas rurales han experimentado un proceso de erosión cultural como consecuencia de las fuerzas procedentes de la modernización, por lo que las propuestas que incluyen la pertenencia a un grupo y la provisión de identidad adquieren gran importancia.
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