Un año después del inicio de la pandemia, podemos aventurar algunas hipótesis acerca del futuro poscovid.
La primera, que el “acontecimiento covid-19” no ha sido un paréntesis en nuestras vidas. No se trata de una interrupción temporal a partir de la cual seguir con la vieja normalidad.
Lo calificamos de acontecimiento porque, como sindemia, no solo supone una crisis sanitaria, también el agravamiento de desigualdades ya existentes.
Tampoco debemos olvidar la aceleración de importantes cambios en nuestras prácticas y en nuestros lazos sociales. Esos que ahora son más virtuales que nunca.
Una situación así tiene un efecto traumático y disruptivo. Al fin y al cabo, desencaja los marcos existentes. Introduce novedades cuya subjetivación individual, pero también colectiva, requiere de un tiempo. Además, incluye algunos duelos especialmente dolorosos.
¿Qué cambios podemos esperar de esta pandemia del siglo XXI? El precio, hasta la fecha, ya lo conocemos: más de 2,5 millones de fallecidos, miles de secuelas físicas y psicológicas, crisis económica de largo alcance y un aumento de los conflictos sociales, que perdurará.
Respecto a los cambios que darán forma a ese mundo poscovid propongo tres, desarollados en El mundo pos-COVID. Entre la presencia y lo virtual.
La vida algorítmica y la efervescencia de lo virtual
Desde el teletrabajo hasta el sexo online, las fronteras entre la presencia y lo virtual se modificarán notablemente.
Podremos viajar en experiencias de realidad virtual sin movernos del sofá, libres de virus y de contagios. También satisfacer nuestras fantasías sexuales en formas no vistas hasta ahora. Incluso confundir el sueño y la vigilia con imágenes recibidas a través de chips corporales. Todo ello en compañía o en la más estricta soledad.
Dispondremos, en mayor cantidad y funciones, de todo tipo de robots: de cuidados, de información, de ocio, domóticos, terapéuticos… Hasta el punto de realizar cualquier terapia sin salir de casa.
Las compras, la educación, la salud, el ocio, el trabajo, el sexo, los intercambios profesionales y amistosos, la participación política… Ahora todo es susceptible de virtualizarse.
La pandemia ha supuesto un acicate para ese salto virtual. Por ende, un gran negocio para muchas empresas tecnológicas y de logística online.
La cuestión es hasta qué punto queremos limitarnos a esa “vida que nos conviene según los algoritmos”. Hasta qué punto queremos “confinarnos” voluntariamente, rodeados de objetos sin presencia. Sí, es una elección personal, pero también colectiva.
El odio (y sus burbujas), base de la polarización social
La pandemia nos ha mostrado cómo las tecnologías, en su lógica algorítmica de “más de lo mismo” –que aleja de nosotros lo diferente, que no concuerda con nuestras ideas–, crean las burbujas de comunicación que serían lazos de odio.
Nos proporcionan una ilusión identitaria. Un último refugio en un mundo globalizado donde cada uno cuenta sólo como una cifra o un código. Ahora bien, también puede ser nuestra peor prisión, por su carácter de identificación segregativa.
Ante el sentimiento de desarraigo, generado por el anonimato propio de la globalización, surgen los discursos de odio. Estos alimentan la nostalgia de un pasado mítico y un sentimiento de pertenencia, agrupados en un “Nosotros”, pero segregados y confrontados a “los otros”.
Las fake news serían así la buena nueva de este retorno de la religión (re-ligare) como consuelo ante el desamparo subjetivo y social. Al tiempo, la clave de una polarización social cuya brecha no hace sino crecer.
El valor de la presencia
Es un hecho que, a medida que las pantallas están más presentes en la vida de los pobres, desaparecen de la vida de los ricos, que prefieren la interacción humana.
En el mundo poscovid, el contacto cuerpo a cuerpo, cara a cara, en condiciones saludables, será un lujo al que muchos no podrán acceder. La presencia quedará sólo al alcance de unos pocos que puedan pagarla.
Para la mayoría de la población, lo digital se convertirá en su sustituto low cost.
La buena noticia es que los lazos sociales entre nosotros, cuerpos hablantes, requieren algo más que palabras e imágenes retransmitidas.
No olvidemos que la presencia es apostar por un futuro poscovid donde el deseo y el encuentro con los otros siga siendo la causa que propicie los intercambios. Donde también haya lugar para el vacío y el aburrimiento. Eso inútil e improductivo, cuya única razón de ser es la búsqueda del lazo con el otro y las invenciones que de ese vínculo puedan surgir.
Decía el filósofo Santiago Alba Rico que el riesgo cuando hay implicados dos
cuerpos no es tanto el de contagiarse, sino “el de condolerse, el de amarse, el de entenderse o, al menos, el de escucharse y a veces el de discutir. Solo entre cuerpos ocurren esas cosas”.
El mundo poscovid encontrará, sin duda, sus buenas fórmulas para el híbrido presencia-virtual.
Eso requiere de una conversación permanente que, a partir de la presencia –sin ignorar lo virtual– incluya la sorpresa, el humor y el sinsentido como ingredientes básicos que preservan nuestra singularidad. Aquello que nos define como seres hablantes.
José Ramón Ubieto Pardo no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
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