La música nos remueve, tengamos la edad que tengamos. La imagen de personas corriendo o practicando cualquier otro tipo de ejercicio de intensidad media con los auriculares puestos es cotidiana y frecuente.
Y es que algunos tipos de música pueden inducir a un estado de bienestar, nos dan energía, mitigan la sensación de cansancio, e incluso crean emociones positivas a la vez que nos alejan de pensamientos negativos.
La música puede conectar con imágenes mentales agazapadas en nuestra memoria. Más de una vez hemos experimentado cómo se nos activa, voluntaria o involuntariamente, la sintonía y letra de cualquier canción pegadiza que se repite en bucle una y otra vez en nuestra mente –por ejemplo, cuando ahora leemos algunos títulos como Imagine (John Lennon), Dancing Queen (ABBA) o I Will Survive (Gloria Gaynor)—.
¿Pero somos conscientes de los mensajes que transmiten las canciones actuales que con más frecuencia se emiten en los circuitos comerciales?
Gracias a la tecnología podemos escuchar las canciones pero, igualmente, verlas en cualquier momento y lugar. Estos mensajes se nos suelen presentar también en formato de videoclips, ya sea en la televisión clásica o en YouTube, TikTok, Twitter o cualquier otra plataforma digital, porque vivimos en una sociedad tecnológica donde las multipantallas ejercen especial atracción.
Estos audiovisuales condensan en dos o tres minutos una crónica de lo que viven, sienten y piensan las distintas generaciones de cada época. Generan mensajes y emociones que los receptores captamos, aunque a veces de forma inconsciente.
Los videoclips y sus valores
Los videoclips son productos culturales mediáticos de alto consumo que pueden reflejar un abanico muy variopinto de valores y actitudes, de ideologías, de realidades o ficciones sociales.
Algunos videoclips seleccionados por los circuitos comerciales promueven el consumo y ciertos estilos de vida, al mismo tiempo que muestran una realidad con la que pueda sentirse identificado el mayor número de personas, o exhiben un modelo de vida lujoso al que aspiran ciertos grupos sociales.
Además, se trata de un producto cultural multimodal de gran impacto y difusión entre los jóvenes, y se convierte en un medio extraordinario para estudiar cualquier tema o contenido contemporáneo.
Por su naturaleza ubicua se accede a ellos con facilidad a través de distintos dispositivos tecnológicos (televisores, teléfonos móviles, tabletas, ordenador…), aumentando exponencialmente su consumo.
Algunos de los mensajes subliminales que transmiten tienen la capacidad de influir en la formación del pensamiento de sus consumidores. El hecho de que los pronombres más usados en las canciones sean yo, tú y nosotros hace que la canción se acerque a la experiencia vital del oyente y la vivencia como algo que le está pasando.
La mujer pierde la batalla
Si bien los oyentes pueden elegir las canciones que quieren escuchar, también es cierto que existe una enorme influencia de la música que los circuitos comerciales seleccionan para su audiencia.
El análisis de los videoclips que con más frecuencia se emiten en cualquier plataforma o web muestran que las temáticas más recurrentes son el amor, la sexualidad, la felicidad, la ambición, la locura, la riqueza material y la violencia.
Al escuchar una melodía se evocan sensaciones o vivencias que dependerán, en gran manera, también del estado de ánimo del oyente y de sus experiencias previas.
Nuestros estudios, pendientes de publicación, concluyen que un alto porcentaje de las letras de las canciones analizadas evidencian violencia verbal, física y sexual, predominantemente del hombre contra la mujer.
La mujer se retrata como un mero objeto de deseo para la satisfacción masculina en unas relaciones de pareja donde no se consideran sus necesidades afectivas y sexuales.
El análisis de las canciones como narrativa textual arroja que, frecuentemente, el hombre se dirige a la mujer de forma irrespetuosa con un lenguaje vulgar y soez. Así pues, en videoclips comerciales actuales la mujer llega a ser robada (Te robaré), secuestrada (Pa mí), devorada (Ella quiere beber) e incluso llegan a encadenarla en la cama (La rubia-remix 2). Sin apenas percibirlo, nuestro imaginario colectivo se está inundando de ejemplos que dan muestra de una involución cultural.
Por otro lado, otras canciones representan al hombre como el “chico malo” causante de muchos problemas para la mujer. Es decir, en general, se percibe el amor como una relación de posesión, una relación tóxica que justifica los celos e incluye lo negativo y doloroso.
Acoso y violencia
Aunque, en menor medida, existen vídeos musicales que denuncian la violencia contra la mujer –Malo–, pero muchos de los videoclips que se sitúan entre los más escuchados en 2020 explicitan la cosificación de la mujer, el acoso y enaltecen la violencia.
La pregunta final es si nuestra sociedad puede quedarse indiferente o debe ayudar, sobre todo a los más jóvenes, a valorar comportamientos basados en valores democráticos de tolerancia, flexibilidad, inclusión, diálogo, igualdad y equidad. Los documentos audiovisuales o multimodales no son neutros.
Los circuitos comerciales venden mejor ritmos e imágenes que contienen morbo, y dejan fuera, muy lamentablemente, todas aquellas canciones que no siguen esta estrategia.
La música y su efecto sobre nuestro cuerpo a veces hace que no se preste atención a lo que nuestros cerebros están procesando, pero la consecuencia es que se normalizan comportamientos que no significan progreso para las personas.
Por ello, si aspiramos a una sociedad crítica comprometida con el entorno, tal vez valga la pena pararse a reflexionar sobre la música que escuchamos y vemos, que nos envuelve y atrapa, porque, “de según cómo se mire todo depende”.
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