25 Sep 2024

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Opinión | Ascenso y caída de Alvise Pérez: una reflexión sobre la responsabilidad de la ciudadanía en la era de la desinformación
DESTACADA, Javier F. Ferrero, OPINIÓN

Opinión | Ascenso y caída de Alvise Pérez: una reflexión sobre la responsabilidad de la ciudadanía en la era de la desinformación 

El ascenso de Alvise no es solo la consecuencia de una estrategia individual, sino el resultado de una serie de dinámicas que llevamos años permitiendo: la creciente dependencia de las redes sociales para informarnos

Alvise Pérez, una figura que personifica como pocas el auge del populismo digital en nuestro tiempo, ha conseguido lo que hace tan solo unos años habría parecido imposible: convertirse en eurodiputado. ¿Cómo un agitador que ha hecho de la desinformación su bandera ha logrado un escaño en el Parlamento Europeo? La respuesta, si bien compleja, nos enfrenta a una reflexión inquietante sobre los valores y las dinámicas de la política contemporánea.

En la última década, el espacio de lo público se ha transformado radicalmente. La aparición de las redes sociales no solo ha cambiado la forma en que nos comunicamos, sino que ha trastocado los mismos cimientos de cómo concebimos la verdad, el liderazgo y la participación democrática. Alvise Pérez no es el artífice de esta transformación, pero sí uno de sus beneficiarios más astutos. Su ascenso a las instituciones europeas no es un accidente, ni siquiera una anomalía, sino un síntoma de una enfermedad que afecta al sistema político: la simplificación extrema del discurso, la manipulación de emociones y la viralización de falsedades, todo ello amplificado por algoritmos que priorizan el ruido sobre la razón.

EL NUEVO POPULISMO: DESDE LAS SOMBRAS DIGITALES HASTA LAS INSTITUCIONES

El camino de Alvise hacia el Parlamento Europeo comenzó en el espacio más turbulento y volátil de todos: el ámbito digital. Sin más credenciales que su habilidad para manejar las redes y un profundo conocimiento de las técnicas de desinformación, logró construir una plataforma desde la cual lanzaba bulos, ataques personales y teorías conspirativas, dirigidos siempre con precisión quirúrgica contra aquellos que consideraba sus enemigos políticos. Sus armas eran simples, pero devastadoras: titulares escandalosos, medias verdades, y una retórica incendiaria que apelaba al resentimiento.

En una sociedad donde la sobrecarga informativa es constante y la atención escasea, los mensajes sencillos, contundentes y, muchas veces, falsos, tienen un poder inusitado. Alvise entendió esto mejor que la mayoría. Supo cómo convertir el descontento social en combustible para su propio ascenso. No importaba si sus afirmaciones eran refutadas por los hechos, lo importante era el impacto inmediato, la viralidad de la mentira. Sus seguidores, lejos de decepcionarse ante las correcciones, parecían reforzar su lealtad, interpretando cualquier crítica como parte de una conspiración más amplia.

Lo que antes habríamos considerado simple demagogia ha evolucionado. Hoy, el populismo digital no necesita de plazas públicas ni grandes mítines. Su espacio es el feed de nuestras redes sociales, sus consignas se reducen a tweets y titulares, y sus líderes emergen de las sombras del anonimato digital. En este nuevo escenario, el carisma se mide en likes, retweets y visualizaciones, y la credibilidad ya no depende de la verdad, sino de la repetición constante.

LA CRISIS DE LA VERDAD: UN CAMPO FÉRTIL PARA LA DEMAGOGIA

En este contexto, la figura de Alvise Pérez surge como un avatar del malestar contemporáneo, pero también de la desesperanza colectiva ante un sistema político que ha dejado de ofrecer respuestas. Su éxito electoral no se basa en un proyecto político coherente ni en una visión clara para Europa. De hecho, se podría decir que no tiene un verdadero ideario más allá de la destrucción del adversario, sea quien sea este. Su mensaje no es de construcción, sino de demolición. Y, lamentablemente, este tipo de política destructiva encuentra un eco inquietante en una ciudadanía harta de la ineficacia de las instituciones tradicionales.

Vivimos en una época en la que la verdad parece haberse convertido en un concepto relativo. Los hechos, que deberían ser la base de cualquier debate democrático, son constantemente cuestionados, reinterpretados o, directamente, ignorados. La era de la “posverdad” no es solo un fenómeno mediático, es un estado mental colectivo. Es en este caldo de cultivo donde personajes como Alvise Pérez prosperan, porque la verdad ha dejado de ser un requisito para ejercer la política. Lo que importa es el impacto emocional inmediato, la capacidad de mover a las masas, incluso si es a costa de la propia realidad.

¿QUÉ SIGNIFICA SU LLEGADA AL PARLAMENTO EUROPEO?

Que Alvise Pérez haya alcanzado un escaño en el Parlamento Europeo no es simplemente una anécdota, ni mucho menos un accidente de la democracia. Es una señal de alerta. Nos dice que algo fundamental ha cambiado en la relación entre los representantes y los representados. El Parlamento Europeo, diseñado como un espacio para el debate riguroso y la formulación de políticas a largo plazo, ahora acoge a una figura que representa lo opuesto: el corto plazo, el ruido mediático y el desprecio por la verdad.

No podemos entender su llegada sin analizar las grietas profundas que existen en nuestro sistema democrático. La desafección ciudadana, el creciente desencanto con las élites políticas y económicas, y la falta de respuestas efectivas ante crisis globales como el cambio climático, la migración o las desigualdades sociales, han generado un vacío que figuras como Alvise están más que dispuestas a llenar. Pero no lo hacen con soluciones, sino con eslóganes vacíos, con acusaciones y con una retórica incendiaria que solo ahonda la división.

LA RESPONSABILIDAD COLECTIVA: ¿CÓMO HEMOS LLEGADO HASTA AQUÍ?

Es fácil señalar a Alvise Pérez como el culpable de su propio ascenso, pero su éxito es el reflejo de un fracaso colectivo. No es solo la consecuencia de una estrategia individual, sino el resultado de una serie de dinámicas que llevamos años permitiendo: la creciente dependencia de las redes sociales para informarnos, la falta de pensamiento crítico, el debilitamiento de los medios de comunicación tradicionales y, sobre todo, la incapacidad de las instituciones democráticas para adaptarse a los retos del siglo XXI.

En última instancia, el ascenso de Alvise Pérez debería hacernos replantear qué clase de democracia queremos. ¿Estamos dispuestos a seguir tolerando un espacio público dominado por la mentira y el espectáculo? ¿O exigiremos, como sociedad, un debate basado en hechos, en propuestas constructivas y en una verdadera rendición de cuentas?

Alvise no llegó al Parlamento Europeo solo por su astucia. Llegó porque nuestras propias fallas le abrieron el camino. Y, si no nos tomamos en serio la tarea de corregir esas fallas, no será el último en aprovecharlas.

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