La palabra mayor es un término cualitativo con versiones cuantitativas en los conceptos de envejecimiento y longevidad. Hablamos de envejecimiento cuando las personas de una determinada edad (65 años) rebasan un porcentaje concreto de la población total (más del 10 por ciento). Este valor rebasa en las sociedades avanzadas el 20 por ciento, por lo que la edad estadística de inicio de la vejez está siendo revisada al alza.
La longevidad es un concepto absoluto referido a la larga vida de los individuos que en todas las especies tiene un límite –en la humana, los 122 años hasta la fecha–. De la longevidad se tiene una percepción positiva.
El envejecimiento evoca, al contrario, connotaciones negativas derivadas del esfuerzo económico –pensiones, gastos sanitarios, dependencia– para enfrentarlo. Y no debería ser así. El hecho de que cada vez más personas, sobre todo las mujeres, vivan más años y en condiciones mejores hay que verlo como una conquista social, como una especie de rejuvenecimiento generalizado.
Hoy, la vejez, entendida como un estado de acusado deterioro físico o mental, empieza más tarde. Un estudio de la sociedad gerontológica y geriátrica de Japón estima que los individuos que tienen entre 75 y 79 años equivalen a los que tenían de 65 a 69 hace quince o veinte años.
Hay efectivamente más gente mayor, pero más joven que nunca, que está en excelentes condiciones para seguir prestando una aportación insustituible a la economía y a la sociedad donde habita. Y digo insustituible, sobre todo en el ámbito económico, porque el envejecimiento se combina en nuestros países con una fuerte caída de la natalidad y una consecuente reducción de la población joven y de jóvenes-adultos.
Así pues, vamos hacia una sociedad de mayores ante la que no hay que lamentarse, sino saber utilizar bien su enorme potencial mediante las acciones y políticas adecuadas.
El hecho de que muchas personas lleguen a las edades altas de la actividad en buenas condiciones de salud y la multiplicación de trabajos que no exigen un gran esfuerzo físico, explican el crecimiento de los ocupados mayores (digamos, entre 55 y 75 años) en una multiplicidad de tareas:
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En la llamada gig economy mediante contratos para proyectos específicos con fecha máxima de realización.
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Como emprendedores reputados con gran capacidad de innovación y buenos niveles de productividad.
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Como voluntarios que aportan conocimientos, experiencia, compromiso, amplia red de contactos, responsabilidad, motivación, entrega y confianza a las instituciones que ayudan.
Los dos informes que tuve el honor de coordinar sobre los trabajadores séniors (55 años y más) en las empresas españolas y en las europeas aportan gran cantidad de información para conocer este segmento laboral.
Dichos trabajos incluyen datos que evidencian su crecimiento, especialmente en el caso de las mujeres; su participación creciente en el conjunto de la población activa y ocupada; sus moderadas tasas de desempleo y el aumento del autoempleo; su fuerte concentración en el sector servicios –salud, comercio, actividades profesionales o relacionadas con la formación–; la mejora de su nivel educativo; las diferencias de calidad entre las ocupaciones de hombres y mujeres o las subidas en la duración media de la vida laboral que en algunos países está por encima de los cuarenta años.
Desgraciadamente, en el ámbito de la Unión Europea, España posee una de las peores situaciones. Tenemos el porcentaje más reducido de séniors en el mercado de trabajo, especialmente pequeño en el caso de las mujeres.
Las cifras de empleo de los grupos de 55-59, 60-64 y 65-69 años están muy por debajo de las nórdicas o las de Europa central y occidental. Poseemos la mayor tasa de desempleo de estos grupos de activos. Su nivel educativo es peor que el de la mayoría de los países y tienen una duración media de la vida laboral más reducida.
Por su situación demográfica, España necesitaría tener más trabajadores de edad en su mercado laboral, pero no los tiene y los va a necesitar, lo cual exigirá políticas decididas y consensuadas entre los grandes interlocutores de ese mercado (Administración, sindicatos, empresas y los propios trabajadores).
Silver economy
También conocida como economía plateada, engloba todo el sistema de producción, distribución y consumo de bienes y servicios orientado a utilizar la capacidad de gasto de los mayores y la satisfacción de sus necesidades. Según datos de la Reserva Federal Americana, las personas jubiladas poseen un patrimonio once veces mayor que los milenial.
Ya hay muchas compañías en diferentes ámbitos que trabajan para una clientela predominantemente mayor: la sanidad, los sectores financiero e inmobiliario, el del automóvil, los cuidados personales, los utensilios para el hogar, el ocio o las nuevas tecnologías son algunos de ellos.
El gasto en salud aumenta con los años. Los mayores, especialmente a partir de una determinada edad, situada habitualmente por encima de los ochenta años, necesitan servicios especializados en el ámbito hospitalario, farmacéutico, ortopédico o de atención a la dependencia. En esta última función juegan un papel esencial los inmigrantes, que han permitido también una mayor incorporación de mujeres nativas al mercado de trabajo.
Más allá de la hipoteca inversa están apareciendo seguros y prestaciones específicas para el mercado sénior y en el ámbito inmobiliario modalidades como los seniors resort que cubren todas las necesidades de esa clientela mayor.
En el sector automovilístico, hay compañías que diseñan o adaptan modelos para facilitar su uso por personas con alguna limitación o menor capacidad. Y los grandes laboratorios ofertan gran cantidad de productos antiedad para la cara, los ojos, el cuerpo, las articulaciones, las arrugas, el cabello… que previenen, reparan, reafirman, perfeccionan, nutren, estimulan o rejuvenecen.
El envejecimiento activo no se entiende sin ocio o turismo, sectores en los que aparecen nuevos modelos de negocio. Y lo mismo sucede en el conjunto de los utensilios para el hogar con la multiplicación de productos de uso sencillo o reducida peligrosidad. Y se multiplica la oferta para los llamados silver surfers especialmente en el campo de la domótica y las herramientas y aplicaciones para Internet. No se puede decir que los mayores naveguen por la Red como sus nietos, pero tampoco son analfabetos digitales.
Función social
Además de un papel económico relevante, los mayores ejercen una función social decisiva, sobre todo en tiempos de crisis y en el ámbito familiar. Ya ocurrió con la recesión de 2008 y ahora está sucediendo con la covid-19. Los ahorros o las pensiones de muchos mayores constituyen una ayuda fundamental para familias afectadas por el desempleo de sus miembros más jóvenes.
En un país como España, y de acuerdo con el último informe del Barómetro Mayores UDP, el 42,2 por ciento de las personas de edad está socorriendo económicamente a sus hijos y otros familiares. Esta ayuda es a veces monetaria y otras en especie (acogida en sus domicilios). Y aunque la covid-19 la haya limitado, no es despreciable la tarea que desempeñan los abuelos en el cuidado y atención a sus nietos.
Aunque una mayor presencia laboral de los mayores es necesaria y debe favorecerse, no todos van a seguir trabajando a partir de una determinada edad, ni muchos van a tener la capacidad económica para ser consumidores destacados de la silver economy.
El envejecimiento irreversible y creciente exige para todas las personas mayores, especialmente para aquellas con menor fortuna y patrimonio, pensiones dignas, atención sanitaria suficiente y ayuda a la dependencia cuando resulte necesaria.
Compete al Estado la formulación de políticas activas para alargar la vida laboral, pero también para sostener esos pilares básicos del estado de bienestar del que los mayores deben ser destinatarios esenciales. Así lo demandan y así lo van a defender a través de su participación en las urnas.
En las sociedades desarrolladas, las personas de 65 años y más suponen ya una cuarta parte de los votos posibles en las elecciones. Además, votan en mayor proporción que otros grupos sociales por lo que sus sufragios adquieren una especial relevancia. Tradicionalmente han ejercido un voto conservador, estable, sin cambios bruscos, en el que no primaban sus propias reivindicaciones de grupo.
Pero eso está cambiando y la confianza de los mayores se va a decantar más por aquellas agrupaciones que mejor respondan a sus demandas. O van a apoyar a partidos creados por ellos mismos para defender sus (legítimos) intereses. Experiencias de este tipo no siempre han tenido éxito a escala nacional, pero sí pueden resultar decisivas a niveles territoriales más pequeños.
Menos jóvenes y más mayores en las sociedades avanzadas que demandan acciones y políticas para dar más protagonismo a los séniors en la vida económica y social y, al mismo tiempo, intensificar las relaciones intergeneracionales y atemperar los mitos, prejuicios, falsas percepciones o actitudes de claro edadismo hacia las personas de edad.
Los mayores son, en efecto, un grupo de riesgo, no tanto por su vulnerabilidad física, sino por la discriminación que sufren por parte de otros sectores sociales.
La versión original de este artículo fue publicada en la Revista Telos, de Fundación Telefónica.
Rafael Puyol no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
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