
¿Le llaman la atención las algas, musgos, helechos, líquenes y plantas con flores que ve? ¿Su tamaño, forma y órganos vegetativos? ¿Le gusta recorrer el territorio y observar cómo las plantas no aparecen todas en todos lados, sino que algunas parecen elegir determinadas condiciones ambientales? ¿Le sorprende cómo cambian en cada paisaje que visita? ¿Conoce los nombres de algunas?
Si ha contestado afirmativamente, tiene usted alma de botánico.
A continuación podría preguntarse si son útiles los botánicos, si su trabajo sirve para algo. La respuesta está a su alrededor: además de liberar el oxígeno que necesitamos para vivir y capturar el dióxido de carbono que producimos, las plantas están en nuestra comida y en la de los animales. Con ellas construimos casas, muebles, barcos (antes, incluso coches y aviones), aperos y útiles para trabajar y para el ocio y la cultura. Han sido y son la fuente de muchas medicinas, nos vestimos con ellas, están en los productos de cuidado personal y de belleza, forman nuestros jardines y parques. ¡Están por todas partes! Pero, ¡cuidado!, también nos pueden intoxicar y envenenar. Hay que conocerlas.
Para eso son fundamentales los botánicos, que las identifican, las estudian, conocen sus necesidades ambientales, y nos transmiten sus conocimientos.
Pero algo no va bien, los botánicos parece que estamos en extinción. ¿Somos dinosaurios? No exactamente, los dinosaurios se extinguieron por causas ajenas a ellos: los botánicos nos vemos afectados por nosotros mismos.
Una ciencia olvidada por la financiación
Nuestra sociedad parece que tiene como norma comparar, establecer clasificaciones y listas. Los primeros en ellas desplazan a los demás, se llevan la gloria y los aplausos, parece que son mejores en todo. En el mundo científico a los investigadores se les evalúa por la cantidad de trabajos que publican en las revistas científicas. Igual que hay revistas de deportes, moda y viajes, hay revistas de algas, flora de las montañas, de medios marinos, etc.
Cada una tiene una puntuación, por lo que un artículo en una revista puede valer hasta diez veces más que el publicado en otra.
Pensarán que la clave está en que los botánicos publiquen en las revistas con mayor valor. No es tan sencillo. Estas no aceptan trabajos de botánicos, solo de biología molecular. Es el tema de moda y acapara todo el interés, incluso el económico. Es infinitamente más difícil obtener dinero para investigar en botánica que en biología molecular.
Además, los botánicos necesitan los herbarios –no herbolarios, tiendas en que se venden hierbas y plantas medicinales–, que, para otros, puede que solo sean almacenes de plantas secas. Son mucho más importantes que eso: contienen los ejemplares sobre los que se han descrito nuevos vegetales (se les llama “tipos”). Estos son los patrones para comparar o para identificar otros nuevos para la ciencia. Además, podemos reintroducir plantas eliminadas de su hábitat, mejorar cultivos con formas o variedades desconocidas en el circuito agrícola (entre otras posibilidades esto supone mejoras de rendimiento económico). Podemos estudiar la distribución pasada y actual de determinadas plantas, el cambio climático (por ejemplo, viendo el número, posición y forma de los estomas). También encontrar nuevos usos farmacéuticos (el análisis de leguminosas depositadas en el Jardín Botánico de Kew permitió encontrar un nuevo principio contra el virus del sida). Incluso las podemos aplicar en medicina forense (muchas series televisivas nos enseñan la aplicación del conocimiento botánico en la lucha contra el crimen).
Nuestro sistema económico está en crisis, agravada por la pandemia que sufrimos. Esto conlleva recortes. ¿Dónde se aplican en el ámbito botánico en primer lugar? En los herbarios, lo que supone paralizar su actividad o lleva a su cierre.
La desaparición de los herbarios y de los botánicos implica tener una visión muy corta y tendrá un efecto rebote muy importante. No debemos olvidar que muchas disciplinas relacionadas con la botánica, entre ellas la biología molecular, en el caso de las plantas, trabajan con testigos identificados por especialistas para no provocar un caos en sus resultados.
Si desaparecieran los herbarios, se pondría en riesgo la identificación correcta de los taxones vegetales.
Por supuesto que la biología molecular es un campo científico novedoso. Supone una fuente de información que nos permite resituar las plantas en las “cajas” donde las teníamos ordenadas, mal ordenadas, nos aportan información de las relaciones entre ellas y su parentesco.
Pero el desarrollo de una ciencia nueva no puede suponer la desaparición de otra que, además, es básica para la primera. Los estudios de biología molecular necesitan apoyarse en ejemplares bien identificados para no mezclar y alterar la información resultante, es decir, necesitan los trabajos desarrollados por los botánicos.
¿Queremos impedirlo? Por supuesto que sí. ¿Podemos impedirlo? También. Las posibles soluciones son dobles: lo que pueden hacer individualmente los botánicos y lo que puede hacer la sociedad. En este artículo reciente se proponen varias.
Si le gusta la botánica, si se siente botánico, luche, trabaje para ello. Aún quedan botánicos que le guiarán y ayudarán.
Parece utópico, ¿no? Finalicemos este artículo con la bonita e ilusionante cita del escritor uruguayo Eduardo Galeano:
“Muchas veces me pregunto para qué sirve la utopía. Porque es como el horizonte, si yo me acerco tres pasos, el horizonte se aleja tres pasos, si yo doy diez pasos el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que camine nunca, nunca lo alcanzaré. La utopía está en el horizonte y yo nunca la alcanzaré. Entonces… ¿para qué sirve?”
“Justamente para eso: para caminar”.
No perdamos la esperanza y hagamos todo lo que esté en nuestras manos para que no desaparezca la botánica desde el respeto a todas las demás ciencias.
Miguel Cueto Romero no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
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