Alex Alishevskikh / ESA, CC BY-SA
Este 15 de febrero se ha cumplido el décimo aniversario del llamado evento de Cheliábinsk. En aquella fría mañana, y sobre esa ciudad rusa en las estribaciones de los Urales, un asteroide de entre 17 y 20 metros de diámetro impactó contra la atmósfera de la Tierra, provocando una explosión equivalente a 500 kilotones de TNT (unas 35 veces la energía liberada por la bomba de Hiroshima).
Por primera vez, un suceso de tal magnitud pudo ser seguido y estudiado en detalle gracias a la multitud de cámaras disponibles en los vehículos que circulaban esa mañana hasta distancias de varios cientos de kilómetros del punto de impacto.
La explosión aérea tuvo lugar a una altura de unos 30 kilómetros. Cuando la onda de choque llegó al suelo unos minutos más tarde, produjo la rotura de multitud de cristales y los techos de algunas instalaciones. Unas 1 500 personas tuvieron que ser atendidas de diversa gravedad.
El evento de Cheliábinsk marcó un antes y un después en la percepción de la sociedad sobre el riesgo que suponen los cuerpos cercanos a la Tierra (NEO, por sus siglas en inglés). Sin embargo, esta señal de alerta hacía tiempo que había sido captada por las autoridades internacionales.
Los vigilantes del cielo
A finales de los años 90 del siglo pasado, la NASA había recibido la instrucción de su gobierno de encontrar todos los asteroides mayores de 1 kilómetro antes de 20 años. En 2005, aceptó el encargo de rebajar ese tamaño a los 140 metros.
En el lado europeo y desde 2002, la Agencia Espacial Europea (ESA) estaba ya estudiando misiones espaciales para desviar asteroides. A ambos lados del Atlántico había sistemas de monitorización del impacto de estas rocas espaciales desde inicios de siglo, como el implantado en el Centro de Coordinación de NEO de la ESA.
Cabe reseñar que la población de NEO sigue una distribución exponencial. Esto significa que aunque hay pocos objetos muy grandes, los números aumentan muy rápidamente según reducimos el tamaño. En total, estimamos que existen del orden de 900 objetos mayores de 1 kilómetro y unos 25 000 mayores de 140 metros.
Cuando rebajamos el tamaño a los 50 metros, hablaríamos de entre 200 000 y 300 000 NEO, y si nos referimos a objetos como el que impactó sobre Cheliábinsk, estaríamos entre los 5 y 10 millones.
La buena noticia es que la humanidad ha conseguido detectar casi todos los objetos mayores de un kilómetro, que son los que podrían provocar desastres a nivel global. En el rango hasta los 140 metros, hemos encontrado alrededor del 40 %, y según seguimos bajando las cotas de descubrimiento se reducen mucho. A día de hoy conocemos un poco más de 31 000 NEO.
Un riesgo que se puede prevenir
Si bien los sistemas de descubrimiento y monitorización de los NEO existen desde comienzos del siglo actual, el evento Cheliábinsk supuso un mayor grado de concienciación sobre la necesidad de emprender acciones que nos ayuden a proteger nuestras sociedades de la amenaza; una amenaza que, por otro lado, es de las pocas que se pueden prevenir.
En ese sentido cabe destacar diversas iniciativas tomadas en los últimos años para aumentar nuestro grado de protección. De un lado, se está potenciando el cumplimiento del mandato a la NASA de descubrir todos los asteroides mayores de 140 metros en un plazo razonable mediante el diseño del telescopio espacial NEO Surveyor, que deberá ser lanzado antes de mediados de 2028. Por su parte, la ESA se ha embarcado en una misión complementaria llamada NEOMIR que está comenzando a ser estudiada.
NASA/JPL-Caltech/University of Arizona
A nivel global, la Oficina de Asuntos del Espacio Ultraterrestre de Naciones Unidas (UNOOSA) encomendó ese mismo año de 2013 la creación de dos instituciones supranacionales para asesorar en estas cuestiones a la comunidad internacional: IAWN y SMPAG.
La Red Internacional de Alerta Asteroidal (IAWN) tiene la tarea de desarrollar una estrategia de respuesta al riesgo NEO utilizando planes y protocolos de comunicación bien definidos para ayudar a los gobiernos en el análisis de las consecuencias del impacto de asteroides y en la planificación de respuestas de mitigación. Esta red agrupa también a todos los observatorios y centros de vigilancia que monitorizan el peligro que suponen los asteroides.
Por otro lado, la misión del Grupo Consultivo para la Planificación de Misiones Espaciales (SMPAG) es la de prepararse para dar una respuesta internacional al riesgo de los asteroides a través del intercambio de información y el desarrollo de opciones de investigación colaborativa y oportunidades de misión, y para llevar a cabo actividades de planificación de mitigación de amenazas NEO.
DART y Hera, misiones compañeras
Desde el punto de vista de la preparación para afrontar la amenaza, durante la última década se ha hecho realidad la primera misión de demostración de defensa planetaria: el impacto de la misión DART de la NASA contra la luna Dimorfo del asteroide binario Dídimo.
DART es la compañera de la misión Hera de la ESA, que será lanzada en octubre de 2024 para estudiar con todo lujo de detalle los resultados de la colisión. Gracias a estas dos misiones seremos capaces de comprender mucho mejor las tecnologías necesarias y los efectos que se puedan producir tras el impacto a hipervelocidad de un satélite contra un asteroide. Todo eso es preciso para preparar una futura respuesta a las amenazas.
Poco probable, pero muy devastador
Tal y como he tratado de exponer en este artículo, si bien el evento de Cheliábinsk supuso una llamada de atención a nivel global, la comunidad de científicos e ingenieros que colaboramos a nivel internacional en defensa planetaria llevamos trabajando en ello desde hace unas décadas. En este último decenio se han empezado a ver los resultados de todo ese trabajo.
El riesgo NEO tiene muy poca probabilidad de ocurrir, pero sus consecuencias pueden ser devastadoras. Afortunadamente, también entra en la categoría de las amenazas previsibles (por desgracia esto no sucede con muchas otras, tal y como hemos visto recientemente con los terremotos de Turquía y Siria).
Por lo tanto, se imponen acciones que no requieran grandes niveles de gasto pero permitan inversiones continuadas en el tiempo para detectar poco a poco todos los objetos que nos faltan por descubrir y tener preparadas misiones espaciales que nos permitan eliminar el riesgo, si se diera el desafortunado caso de que detectáramos algún objeto con dirección a la Tierra.
En resumen, tanto en la ESA como en la NASA contamos con programas específicos para entender y afrontar ese peligro y permitir que nuestra sociedad esté preparada para afrontar en el futuro cualquier amenaza que nos llegue desde las inmediaciones del Sistema Solar.
Juan Luis Cano González no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
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