“Tengo una ilusión: que mi obra se escuche en el 2020. Y en el 3000… A veces estoy seguro, porque la música que hago es diferente.” (Astor Piazzolla)
Se cumplen cien años del nacimiento de Astor Pantaleón Piazzolla, “el gran Astor”, y parece que su ilusión va camino de cumplirse: su música sigue plenamente vigente y fascina cada día a millones de melómanos, dentro y fuera de Argentina.
Nació en Mar de Plata un 11 de marzo de 1921, pero pasó buena parte de su infancia en Nueva York, donde su padre le regaló su primer bandoneón. Con apenas 14 años sirvió a Carlos Gardel como guía e intérprete durante su estancia en la ciudad, mientras rodaba El día que me quieras (1935), su penúltima película antes del desgraciado accidente que acabó prematuramente con su vida.
Nadie sabía por entonces que aquel niño, que aparecía como “canillita” (vendedor de periódicos) en el filme, se convertiría en uno de los más grandes compositores argentinos y renovador trascendental de la historia del tango.
Maestros de lujo
En 1937, el joven Piazzolla se instaló por su cuenta, aunque ayudado por su padre, en Buenos Aires, donde inició estudios de composición con Alberto Ginastera, piano con Raúl Spivak y dirección con Hermann Scherchen.
Mientras tanto, comenzó a formar parte de orquestas típicas como bandoneonista: en aquel momento Aníbal Troilo era el referente en el tango bonaerense. En sus Memorias –dictadas a Natalio Gorín en 1990– Piazzolla confesaba:
“Tuve dos grandes maestros: Nadia Boulanger y Alberto Ginastera. El tercero lo encontré en la fría pieza de una pensión, en los cabarets de los años cuarenta. Ese tercer maestro se llama Buenos Aires”.
En 1954 obtuvo una beca que le llevó a París, donde estudió composición con Nadia Boulanger. Fue ella quien le animó a hacer del tango de raigambre popular el centro gravitatorio de su música. Permaneció durante algún tiempo en la capital francesa, donde compuso y grabó una serie de tangos para bandoneón, piano y cuerdas con músicos locales.
¿Es tango?
Piazzolla nunca fue del todo un músico académico, ni un músico popular. Ambas vertientes son simultáneas e inseparables a lo largo de su obra, siendo el hilo conductor la propia estética del compositor, marcada por la tradición del tango y su renovación a través diversas influencias: desde el jazz y la música judía hasta las técnicas de la música académica, muy especialmente el dominio de la escritura contrapuntística.
Todavía hoy constituye un tema de discusión para los porteños (junto con el eterno contencioso futbolístico entre seguidores de River Plate y Boca Juniors) el dirimir si la música de Piazzolla es o no tango. Las raíces tangueras de su obra son innegables, como lo es también que los “tangos” de Piazzolla no se pueden bailar, al menos no como tangos tradicionales.
El compositor no se preocupaba de los bailarines, escribía pasajes que complicaban y ocultaban la marcación de los cuatro tiempos del tango. Sin embargo, su música está actualmente presente en los escenarios del mundo entero, como base para coreografías que concilian la vanguardia y la experimentación con la búsqueda de la autenticidad y la visceralidad del ser porteño.
Innovación y experimentación
La evolución estilística de Piazzolla estuvo, en buena medida, ligada a la creación de sus conjuntos y a esa tensión entre su toma de postura frente a la tradición del tango y sus aspiraciones de innovación y experimentación.
A su regreso a la capital argentina fundó el Octeto Buenos Aires, con el que inició su revolucionaria transformación del tango, aunque la experiencia duró tan solo tres años.
Sus conjuntos: quintetos, octetos, nonetos
Tras una breve estancia en Nueva York, donde compuso su célebre Adiós Nonino (1959) al conocer la noticia de la muerte de su padre, Piazzolla fundó en Buenos Aires el Quinteto Nuevo Tango, conjunto con el que interpretaría buena parte de su producción, en adelante totalmente alejada de la concepción bailable del género.
En 1968, estrenó la operita María de Buenos Aires, con libreto de Horacio Ferrer, protagonizada por Amelita Baltar y Héctor de Rosas. Entre 1971 y 1972 trabajó con un nuevo ensemble, el noneto Conjunto 9, resultante de añadir al quinteto original (bandoneón, contrabajo, guitarra eléctrica, piano y violín) un segundo violín, una viola, un violonchelo y una batería. La escritura para el noneto era de índole camerística, aplicando procedimientos melódicos y rítmicos del tango a prácticas de escritura propias de la música académica.
En 1974, ante la difícil situación política en Argentina, se trasladó a Italia y fundó el Octeto Electrónico. Comienza así un intenso periodo de giras por Europa, América y Asia, primero con el Octeto y, a partir de 1978, con su Quinteto reorganizado.
En los años ochenta destaca la profusa utilización de técnicas improvisatorias que luego llegarían a ser una práctica habitual en su conjunto.
La salud de Piazzolla se deterioraba, por lo que la adición de un nuevo bandoneonista en 1989 convirtió al Quinteto en Sexteto. Poco después, una trombosis cerebral le dejó postrado hasta su muerte en 1992, haciendo cierta la letra de la preciosa Balada para mi muerte que compuso junto a Horacio Ferrer:
“Moriré en Buenos Aires,
será de madrugada
Que es la hora en que mueren
los que saben morir”.
Joaquín López González no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
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