Ya sabemos que hay quien opina que “un epidemiólogo es un médico de cabecera que ha hecho un cursillo”.
Es difícil condensar en una sola frase tantas valoraciones despectivas y una cantidad considerable de desconocimiento. ¿Le extraña a alguien que la Sociedad Española de Epidemiología haya mostrado su rechazo por ello?
Quienes se dedican a la epidemiología en este país es cierto que no tienen un grado universitario en epidemiología, por la sencilla razón de que ese grado no existe en España. Eso no significa que hayan hecho solo un “cursito”.
Las personas que trabajan en epidemiología no tienen una formación única. Las hay que se han graduado en medicina, es cierto, pero también las hay con otros grados universitarios como, por ejemplo, farmacia, enfermería, estadística, sociología, psicología, nutrición o terapia ocupacional, entre otros. Muchos cuentan, además, con formación especializada reglada de cuatro años: la especialidad de Medicina Preventiva y Salud Pública. Otros muchos más han cursado másteres específicos u otro tipo de formación específica realizada en España o en el extranjero. Todo esto sin mencionar el doctorado que bastantes de ellos también poseen. En España, y en el extranjero, por supuesto, hay excelentes programas de doctorado en epidemiología y salud pública.
Y por si todo eso no fuera suficiente, están las trayectorias profesionales acreditadas que pueden constatarlo. Trayectorias tanto en la administración sanitaria, como en la academia, en los centros sanitarios, en la industria, o en los centros de investigación.
Pero es que, además, si al mismo tiempo se poner en duda el nivel de la epidemiología, y se afirma que “en el caso de la epidemiología, quizá no esté tan avanzada como parece” y que “todo eso ya lo sabían en la Edad Media”, lo que eso significa es sencillamente desconocimiento. Empieza por no saber, u olvidar, la importancia que supuso en la Baja Edad Media la introducción de medidas preventivas como las cuarentenas. No hay que olvidar que en la definición de salud pública se hace referencia a “los esfuerzos organizados de la sociedad” y, por eso, el comienzo de la organización y estructuración de una comunidad hace que puedan surgir medidas de salud pública.
Seguramente, además, se ignoran los avances científicos en los que ha participado la epidemiología, y las personas dedicadas a la epidemiología que los han llevado a cabo, en España y fuera de ella. Convendría leer, en el caso de alguien que llegara a él por primera vez, el libro “El desafío de la epidemiología: problemas y lecturas seleccionadas” cuyos editores fueron Carol Buck, Enrique Nájera, Álvaro Llopis, y Milton Terris. Allí pueden leerse artículos seleccionados de una gran variedad de autores que muestran el recorrido de la epidemiología y de quienes la hicieron avanzar.
Y finalmente, es otro ejemplo de desconocimiento, o tal vez de mayor desdén, si cabe, si tampoco se considera el trabajo y el esfuerzo que han hecho y hacen quienes trabajan en epidemiología en un año tan duro como este de la pandemia, afirmando que “su valor es cero”. Si eso sucede, se ignora la técnica y la metodología que llevan a recomendar unas medidas u otras en el contexto de una pandemia, que deben estar basadas siempre en el análisis de la situación, tarea que realizan personas que trabajan en epidemiología. Y se ignora también que en ello no sólo intervienen epidemiólogos/as dedicados a la vigilancia sino también salubristas de otras especialidades. Y que las decisiones son adoptadas, no por las personas que están en puestos técnicos, sino por quienes ejercen la responsabilidad última y tienen la legitimidad democrática para hacerlo.
La verdad es que es difícil que todo esto quepa en un cursillo ¡Lo que tendría que dar de sí un cursito de epidemiología!
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