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La amplia difusión de esta sentencia de aparente coherencia la ha convertido en una especie de aforismo que se propone como pauta en la ciencia o el arte.
Una frase publicitaria de la industria del automóvil, “one look is worth a thousand words”, condujo a Fred Barnard a publicar un artículo en 1921 elogiando la efectividad de la ilustración en la publicidad, con el título One picture is worth a thousand words, en el que atribuye la frase a Confucio, tal vez para darle más credibilidad.
Esta idea de confrontación de valor entre texto e ilustración ya aparecía en una novela de Turgueniev (1862), cuyo protagonista, cuando observa las imágenes de unas montañas, es interpelado a que, como geólogo, haría mejor en consultar libros que no dibujos. Él responde que “un dibujo me representa, de un golpe a la vista, aquello que en el libro ocupa diez páginas enteras”. Es la misma idea que subyace en la publicidad moderna.
Comparaciones similares (como las de la figura), no siempre referidas a la imagen, nos indican que, más que elogiar el valor de la imagen, se refleja una impresión desfavorable hacia el discurso, quizás como respuesta a la preferencia histórica por el texto.
No siempre ha sido así…
El proverbio inglés “pictures are the books of the unlearned” define las imágenes crudamente como los libros del ignorante. Una idea reflejada en los primeros libros ilustrados y difundida, entre otros, por el reformador Calvino, que perdura en la actualidad:
“Lamentablemente, nada ha cambiado hoy, excepto que las imágenes se han multiplicado exponencialmente junto con lo no aprendido”
Paul Derengowski, 2018.
Texto e imagen siempre han estado enfrentados como modelo o paradigma de la representación humana. En la comparación clásica ut pictura poesis, que refiere la poesía como “pintura que habla” frente a la pintura como “poesía muda”, la literatura siempre salía reforzada, al atribuir al poeta una especie de don creativo de tipo espiritual, frente al carácter manual de la imitación artesanal del artista visual.
El tratado de Da Vinci da la vuelta a esta consideración:
“¿Qué poeta podría presentarte con palabras la verdadera imagen de tu capricho con tan gran fidelidad como el pintor? No vemos cosa alguna de las que habla, cosas que sí veremos si alguien habla por pinturas, las cuales entenderemos como si hablasen”.
Un precedente de comparaciones posteriores que irán favoreciendo el valor social de la imagen, especialmente cuando comienza a ser fácilmente reproducible y accesible. Esta accesibilidad técnica comienza con la cámara oscura de los pintores y nos conducirá, a través de la fotografía y el cine, hasta las pantallas actuales.
Narrativas y niveles de lectura
La comparación conciliadora permite compartir espacio entre la creación literaria y la visual, comprendiendo sus diferentes narrativas. Si para construir la imagen digital de las modernas pantallas se necesita escribir gran cantidad de palabras o signos alfanuméricos, estos tienen poco sentido por sí mismos. De igual forma, las palabras son signos que para ser asociados a un concepto van a requerir una gran cantidad de imágenes mentales, que por si mismas pierden entidad. Por tanto, si bien una imagen vale mil palabras, un texto podría valer mil imágenes.
En defensa de la lectura, se suele hablar de la categoría del “falso lector”: persona que valora positivamente la lectura pero que no tiene hábito lector y busca producir la impresión de parecer lector, cercana a la deseabilidad social.
Si llevásemos esta descripción a la narrativa visual, podríamos igualmente hablar de falsos lectores que, aunque no poseen el hábito lector de las imágenes, tendrían una consideración alta de su valor en esta época de alfabetización visual.
Niveles de lectura y comprensión
La comprensión lectora se caracteriza por la interpretación activa de lo leído, al crear significados y hacernos más conscientes de la lectura en general. En el otro extremo, se sitúa el nivel más superficial de la lectura, caracterizado por la eficiencia lectora de textos e imágenes, con contenidos concretos y breves.
Esta lectura superficial se puede dar por igual en ambas narrativas y leemos imágenes de forma superficial y eficiente. Basta observar los hábitos adquiridos en determinadas aplicaciones.
La lectura activa, de imagen o texto, nos permite profundizar en el significado a través de los aspectos formales y gramaticales. Ambas lecturas ofrecen aspectos interpretables a partir de elementos estructurales, sujetos a normas de la gramática verbal o visual.
Ni la imagen es de ignorantes, ni el texto goza de especial espiritualidad. Aunque con resultados diferentes, ambas representaciones reflejan la misma capacidad de abstracción del pensamiento humano. La creación humana es visual y textual y la alfabetización, en ambos lenguajes, adquiere hoy un especial valor ante la potencialidad de la inteligencia artificial para crear textos e imágenes complejas.
Pedro Urchegui Bocos no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
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